sábado, 21 de septiembre de 2013

Enigmas y despedidas. Poemas de Juan Luis Panero





Falleció hace poco Juan Luis Panero (1942-2013), poeta español que publicase su último libro hace catorce años. Desapareció, pues, tras un largo silencio de casi tres lustros. “Ya he dicho lo que tenía que decir” –declaró en varias entrevistas. Creo que ese gesto significativo dice mucho de este creador relativamente poco conocido; en comparación con su hermano, Leopoldo María –tan conocido por su obra como por su locura–, ha pasado la mayor parte de su carrera en una posición discreta, marginal, independiente de todo movimiento colectivo. Voz fiel a sí misma desde su primer libro –A través del tiempo (1968) – hasta el último, los amantes del cambio como principio podrían encontrarla machacona, otros, cada vez más depurada, más densa, más estremecedora. Así, la crítica considera su último libro –Enigmas y despedidas (1999) – como la culminación de su poética. En ese sentido, quizás en la selección de poemas que propongo como un humilde homenaje se halle ya el núcleo de sus temas, el peso y la música de su voz. Sobria, lúcida, sombría las más de las veces, pero también celebratoria, como en “Imagen recuperada” (que el lector podrá descubrir aquí abajo), la poesía de J.L. Panero es clásica, de modo que antepone el rigor, la honestidad y la contención a toda azarosa aventura –al menos, gratuita– de las ideas, las imágenes o el lenguaje. A la vez, está dotada de una leve música en sordina que la hace inconfundible, del uso de la palabra y el ritmo precisos, así como de un tono casi prosaico, cercano, entrañable, gracias al cual evita el escollo de la solemnidad acartonada. Como escribe Felipe Benítez Reyes, esta escritura es “sometida a una especie de engañosa neutralidad estilística, despojada, sin adornos de época, concisa y escueta” y que, por ello mismo, “estamos ante una poesía inequívocamente de hoy, que nos habla con una voz de siempre” (prólogo a J.L. Panero, Antología, Ed. Renacimiento, 2003). En “Oficio de suicidas”, el sujeto se pregunta si tiene sentido “intentar retener / la huella de la luz en sílabas de sombra”; y en otro poema –dedicado a Juan Rulfo, que conoció personalmente durante el tiempo que vivió en México–, recuerda a su amigo como “aquella voz oscura bajo un árbol de luz”. Entre luces y sombras, la poesía, para J.L. Panero, no es sino otro juego para aplazar la muerte. Pero a veces, cuando de pronto anochece, laten y alumbran las palabras, como hoy las suyas.


Y de pronto anochece
                                                       Ed é subito sera
                                                                             Salvatore Quasimodo

Vivir es ver morir, envejecer es eso,
empalagoso, terco olor de muerte,
mientras repites, inútilmente, unas palabras,
cáscaras secas, cristal quebrado.
Ver morir a los otros, a aquellos,
pocos, que de verdad quisiste,
derrumbados, deshechos, como el final de este cigarrillo,
rostros y gestos, imágenes quemadas. arrugado papel.
Y verte morir a ti también,
removiendo frías cenizas, borrados perfiles,
disformes sueños, turbia memoria.
Vivir es ver morir y es frágil la materia
y todo se sabía y no había engaño,
pero carne y sangre, misterioso fluir,
quieren perseverar, afirmar lo imposible.
Copa vacía, tembloroso pulso, cenicero sucio,
en la luz nublada del atardecer.
Vivir es ver morir, nada se aprende,
todo es un despiadado sentimiento,
años, palabras, pieles, desgarrada ternura,
calor helado de la muerte.
Vivir es ver morir, nada nos protege,
nada tuvo su ayer, nada su mañana,
y de pronto anochece.

Imagen recuperada

Los rozados pezones tensos, gotas de agua
en tus pequeños pechos, recorriendo
la oscura raja de tu culo, temblando
entre las olas, bajo la luz de las estrellas,
en el mar tibio de final de verano.
Ahora, años después, esas mismas gotas
resbalan aún por la piel suave de tu vientre, tu escondido
ombligo,
el áspero y negro pelo de tu sexo,
frágiles y mínimas, leves huellas de humedad en tus muslos.
Precaria intimidad, imagen recuperada de la vida,
frente a los años, frente al tiempo acosado,
y de repente en tus ojos, relámpago en la sombra,
la luz de aquella noche, en tus manos al aire
aquel galope blanco de la espuma llegando.

(Antes que llegue la noche, 1985)


Espejo negro

Dos cuerpos que se acercan y crecen
y penetran en la noche de su piel y su sexo,
dos oscuridades enlazadas
que inventan en la sombra su origen y sus dioses,
que dan nombre, rostro a la soledad,
desafían a la muerte porque se saben muertos,
derrotan a la vida porque son su presencia.
Frente a la vida sí, frente a la muerte,
dos cuerpos imponen realidad a los gestos,
brazos, muslos, húmeda tierra,
viento de llamas, estanque de cenizas.
Frente a la vida sí, frente a la muerte,
dos cuerpos han conjurado tercamente al tiempo,
construyen la eternidad que se les niega,
sueñan para siempre el sueño que les sueña.
Su noche se repite en un espejo negro.

Arte poética

La larga, lenta lengua de la muerte
ha lamido la mano del que escribe,
lucidez o locura, nadie sabe:
sólo quedan palabras, palabras deshaciéndose.

(Desapariciones y fracasos, 1978)

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