lunes, 5 de diciembre de 2011

Nicanor Parra o la consagración del sacrilegio


A partir del romanticismo –movimiento fundador de la poesía moderna–, el discurso poético se alimenta de las negaciones de la tradición y, asimismo, de la irreverencia ante las formas consagradas, mismas que, décadas o tan sólo años antes, solían ser consideradas como innovadoras. No otra cosa prueba el surgimiento de la anti poesía, de Nicanor Parra, que hoy más que nunca se consagra gracias al Premio Cervantes, sin duda el mayor galardón en lengua española, a lo cual se añadirá pronto la publicación de la Obras Completas del anti poeta chileno.
Así, una vez más, queda probada la vigencia del mecanismo: el profanador (anti) cultural termina sentado en el trono que antes profanase. Profanar e innovar se equivalen en la modernidad. Y la poesía moderna es la consagración del sacrilegio.
Nicanor Parra, excelente lector de la tradición, la niega, se burla de ella y le falta el respeto. Prolonga así una tradición dentro de la tradición: la de hacer tabla rasa con los espacios preferidos del canon, creando a la vez, poco a poco, un nuevo centro. En efecto, desde hace tiempo ya, la anti poesía  forma parte de la poesía. Es no sólo un engranaje más en la máquina literaria –elemento motor en su tiempo y, hoy en día, pieza aún reluciente, no pocas veces deslumbrante–, sino que termina constituyendo una actitud central, un tono canónico.
Pasar del margen al centro, de la anti poesía a la poesía, ha sido inevitable. Porque la poesía (no la escribimos con mayúscula, pues hoy vemos en ese gesto –y la obra de Parra no es ajena a ello– una pose reaccionaria o polvorienta, y consagramos así, indirecta y paradójicamente, la minúscula) sobrevive gracias a esos conflictos. No es casual, pues, que los Poemas y Antipoemas (1954) de Parra se publicasen precisamente en el momento en que las grandes vertientes de la poética hispanoamericana se hacían cada vez más dogmáticas, tanto en el ámbito del realismo socialista como en el de las “vanguardias arrepentidas”, según la expresión de Octavio Paz. Las hojas de Parra reverdecieron el paisaje, alimentaron a esa bestia innombrable que ya no podemos llamar –prohibido por la poesía/policía– Musa.
Por todo lo dicho, es natural y justo que hoy la poesía de Parra sea consagrada como gran literatura; siempre lo fue, aun cuando se disfrazaba, astutamente, de anti poesía.