lunes, 21 de noviembre de 2011

Matriarca

In memoriam
Severina Valerio
+ 11/21/2011

No quiero ver
tu cuerpo vencido

No quiero ver
las sábanas sucias

No quiero ver
aparatos médicos

No quiero ver
más insulina

No quiero ver
tu voz muerta

No quiero ver
tu cabellera triste

No quiero ver
tus manos mudas

No quiero ver
tus pies ciegos

sábado, 12 de noviembre de 2011

Cantos y contracantos a Walt Whitman


Por Miguel Alejandro Valerio


Whitman es para el público hispano el bardo de luengas barbas
y pastoril cayado, de sombrero alón y el pecho al viento, el anciano
de dulce mirada inmortalizado por numerosos retratos.

Fernando Alegría[1]



            Walt Whitman es sin lugar a duda el poeta norteamericano más elogiado, emulado e imitado en nuestra poesía, tanto en la continental como en la peninsular.  Este hecho es en gran parte fruto del artículo que José Martí le dedica a Whitman y que aparece en El Partido Liberal de México y La Nación de Buenos Aires en abril de 1887.  No porque Whitman careciera de sus propios méritos —todo lo contrario—, sino porque fue a través de Martí que el poeta norteamericano entró en nuestras letras.  Según los críticos, el soneto que Rubén Darío le dedica a Whitman es principalmente producto directo de su lectura del artículo martiano.[2]  Además, Martí fue el único de nuestros poetas en conocer a Whitman personalmente.     
            Este breve trabajo versará sobre los diálogos/monólogos que han sostenidos algunos de nuestros poetas con Walt Whitman y su obra.  Nos concentraremos precisamente en tres poetas: Rubén Darío, Pablo Neruda, y Pedro Mir, y sus respectivos poemas, «Walt Whitman», «Oda a Walt Whitman», y Contracanto a Walt Whitman, como máximas expresiones de Whitman en ellos.  Nos interesa subrayar las actitudes que estos poetas manifestaron en los poemas citados hacia Whitman y el imperio poético y político que éste representaba para ellos.
            Felizmente este tema ya ha sido tratado por numerosos críticos de ambos bandos, el iberoamericano y el norteamericano.  El libro Walt Whitman en Hispanoamérica de Fernando Alegría es un sine qua non en el estudio de la presencia de Whitman en nuestra literatura.  De igual importancia es el ensayo «Walt Whitman’s Popularity among Latin-American Poets» de Mary Edgar Meyer, ya que no sólo nos ofrece una perspectiva norteamericana, sino una ajena a nuestra tradición.  Otro texto muy importante es el ensayo «José Martí y Pedro Mir: Walt Whitman en el Caribe» de Nicolás Magaril.  Estos son sólo algunos de los textos fundamentales que tendremos como referentes en el curso de nuestro discurso.

            Antes de pasar a Darío creo oportuno detenernos un instante en el artículo de Martí.  El Whitman que Martí conoce no es el joven robusto del daguerrotipo del frontispicio de la primera edición de Hojas de yerba de 1855, sino «el gran viejo, / bello como un patriarca, sereno y santo» del soneto dariano.  El Whitman que nos atribuye Alegría es, entonces, el que nos legó Martí.[3]  Conoce Martí a Whitman en una lectura que éste hizo de sus Memorias del Presidente Lincoln en Manhattan el 14 de abril de 1887 en el teatro Madison, cuando el insigne poeta norteamericano se encontraba en el umbral de sus sesenta y ocho años de peregrinaje.[4]
[…] ayer vino Whitman del campo para recitar ante un concurso de leales amigos, su oración sobre aquel otro hombre natural, aquella alma grande y dulce, «aquella poderosa estrella muerta del oeste», aquel Abraham Lincoln.6032550001553240


El artículo, como muchos del prócer cubano, es un canto eufórico donde Martí se une a los pocos intelectuales que defendían la poesía whitmaniana  y reprochaban a las personas e instituciones que la condenaban, las cuales sobreabundaban, como es archisabido.[5]   «Hay que estudiarlo», nos dice, «porque si no es el poeta de mejor gusto, es el más intrépido, abarcador y desembarazado de su tiempo».  Martí encuentra en Whitman y su obra un nuevo credo: «La libertad», proclama Martí, «es la religión definitiva.  Y la poesía de la libertad el culto nuevo».  Para Martí, Whitman es el sumo sacerdote del culto a la libertad.  Esto es lo que nuestros poetas verán en Whitman y su obra: el artífice de una nueva poesía, libre y libertadora.  Por ello, serán conmovidos a elogiarlo, emularlo e imitarlo. 
La vida libre y decorosa del hombre en un continente virgen ha creado una filosofía
sana y robusta que está saliendo al mundo en epodos atléticos. A la mayor suma de
hombres libres y trabajadores que vio jamás la tierra, corresponde una poesía de
conjunto y de fe, tranquilizadora y solemne, que se levanta, como el sol del mar,
incendiando las nubes, bordeando de fuego las crestas de las olas, despertando en las
selvas fecundas las flores fatigadas y los nidos.

Con su vertiginosa prosa lírica el artículo de Martí es el primer elogio, la primera emulación, y la primera imitación de Whitman en español.  El artículo, como dejan entrever las palabras citadas, es también una proclama, de un exiliado que anhela para su pueblo lo que Whitman soñaba para el suyo.[6]  Más sobre esto más adelante.     

Como producto directo de la lectura del artículo de Martí que hemos comentado, y otros artículos sobre Whitman publicados en Paris y Nueva York,[7] el soneto «Walt Whitman» de Rubén Darío nos ofrece un retrato de Whitman afín con el que hace el cubano del poeta norteamericano en su artículo:
Sacerdote, que alienta soplo divino,
anuncia en el futuro, tiempo mejor.
Dice al águila: «¡Vuela!», «¡Boga!», al marino,

y «¡Trabaja!», al robusto trabajador.
¡Así va ese poeta por su camino
con su soberbio rostro de emperador!

Como señala Alegría, en Darío, como en sus contemporáneos, lo que hay de Whitman no es ni su poética ni su espíritu, sino nada más que su voz.  Pues conocieron los modernistas muy poco la obra whitmaniana, y lo poco que conocieron fue a través de traducciones primitivas. [8]  Es más, el soneto de Darío a Whitman no forma parte de Azul sino hasta su segunda edición, porque para cuando salió el artículo de Martí la primera edición ya estaba terminada.[9]    
Es el poema de Darío pura admiración por el afamado poeta norteamericano.  Hecho interesante, pues eran Whitman y Darío los polos más opuestos.  Es la de Whitman una poética nueva, libre de toda la poesía esclavizada de sus antecesores británicos.  La primera poesía verdaderamente americana.  De ahí la gran admiración por ella.  Mientras la modernista es un rescate, inicialmente infantil, de lo clásico, que eventual y accidentalmente madura en una poética criollista.  Es en esto último que quizás podríamos establecer un punto de encuentro entre los modernistas y Whitman.  Fue Darío nuestro poeta más americano y más europeo.  Whitman quería desatarse de todo lo escrito en los siglos anteriores; quería volver al origen, al génesis.  Es la de Whitman una prosa bíblica.  Mientras los versos de Darío son gongorinos, sino áureos.

Fueron Edgar Allan Poe y Walt Whitman los poetas favoritos de Pablo Neruda.  El poeta chileno los consideraba sus maestros.  Eran los poetas que él más quería emular.  Los veneraba como se veneran los santos.  Mientras hay muy poco de Poe en Neruda, fue éste el poeta hispanoamericano de la vanguardia que más se acercó a la poética whitmaniana.  Pues fue su generación la primera del mundo panhispánico en conocer la obra de Whitman en su totalidad, gracias en gran parte a las traducciones de Armando Vasseur, Torre-Ríoseco, y otros.[10]  Su «Oda a Walt Whitman», sin embargo, no se acerca a la estética whitmaniana, sino que meramente alaba al poeta y su obra:
Pero no sólo
tierra
sacó a la luz
tu pala;
desenterraste
al hombre,
y el
esclavo
humillado
contigo, balanceando
la negra dignidad de su estatura,
caminó conquistando
la alegría.
La oda nerudiana, como el soneto dariano, está colmada de admiración por el «Buen panadero! Primo hermano mayor / de [sus] raíces».  No es en su esquemática oda, entonces, que Neruda le rinde su mejor homenaje a Whitman, sino en su Canto general.  Es en el Canto que Neruda se acerca más a la poética, estética y ética whitmaniana.  Allí Neruda, como Whitman en las Hojas, asume el rol de historiador, o portavoz, oficial del pueblo.  Nadie que conozca los dos poetas puede leer Que despierte el leñador sin pensar en Whitman y el poema de éste a Lincoln que seguramente inspiró a Neruda. 
Whitman y Neruda celebran la historia de América y profetizan un mejor porvenir para ella.  En estos son los dos poetas depositarios de las esperanzas del pueblo, y allende verdaderos poetas populares, de nueva altura.  No hay cosmovisiones más afines que la whitmaniana y la nerudiana.  De ahí que podemos entender porque Alegría considera a Neruda la continuación de Whitman.[11]                

            En la posvanguardia, con la expansión de la poesía sociopolítica, nuestro sentir hacia Whitman cambia.  Ahora nuestros poetas asocian a Whitman con el imperio político que representaba, concretamente: la nefasta política intervencionista estadounidense que afectó tan negativamente nuestro continente.  Ya no dirigimos nuestras protestas poéticas a Roosevelt, sino a Whitman, cuyos sueños y esperanzas vemos traicionados por su patria.  Este sentir ya está presente en la oda de Neruda citada:[12]       
Nuevos
y crueles años en tu patria:
persecuciones,
lágrimas,
prisiones,
armas envenenadas
y guerras iracundas,
no han aplastado
la hierba de tu libro,
el manantial vital
de su frescura.

No obstante, es el Contracanto del dominicano Pedro Mir donde este sentir se materializa con mayor nitidez.  El de Pedro Mir es el poema de los aquí tratados que más se acerca a Whitman, tanto en forma como en contenido:   
Yo,
       un hijo del Caribe,
precisamente antillano.
Producto primitivo de una ingenua
criatura borinqueña
                                 y un obrero cubano,
nacido justamente, y pobremente,
en suelo quisqueyano.
Recorrido de voces,
lleno de pupilas
que a través de las islas se dilatan,
vengo a hablarle a Walt Whitman,
un cosmos,
                     un hijo de Manhattan.
Preguntarán
                     ¿quién eres tú?
                                                Comprendo.
Que nadie me pregunte
quién es Walt Whitman.
Iría a sollozar sobre su barba blanca.
Sin embargo,
voy a decir de nuevo quién es Walt Whitman,
un cosmos,
                   un hijo de Manhattan.

Pues, como en Whitman, se celebra en él al hombre y su universo, construyéndose a través de esa celebración una nueva identidad, la del nosotros democrático, o sea la colectiva: transformación del yo egocéntrico en el  nosotros altruista.  De ahí su subtitulo: Canto a nosotros mismos.   
Tanto Mir como Whitman, como Neruda en el Canto, asumen el rol de portavoces oficiales de su pueblo; y ambos se convierten, como Neruda también, en profetas del porvenir en el curso de sus respectivos cantos.  Además, el poema de Mir, como otros escritos contemporáneos sobre Whitman, reflejan, como tenemos dicho, la actitud de muchos escritores latinoamericanos hacia los Estados Unidos y su política intervencionista, que al parecer de estos escritores traicionaba el sueño utópico whitmaniano.[13] 
Alegría dice que Neruda es una continuación de Whitman.[14]  Yo me atrevo a decir que Mir es una continuación de Neruda.  Son tan afines que a Mir se le considera unos de los mejores  nerudistas.[15]  Al desplomarse las esperanzas del nerudismo en las dictaduras latinoamericanas, Mir saca a la luz una poética que responde a esa realidad y que pone en evidencia el rol nefasto de los Estados Unidos y su potente aparato financiero en ella:
Ahora,
           escuchadme bien:
si alguien quiere encontrar de nuevo
la antigua palabra
                             yo
vaya a la calle del oro, vaya a Walt Street.
No preguntéis por Mr. Babbitt. Él os lo dirá.
—Yo, Babbitt, un cosmos,
un hijo de Manhattan.
Él os lo dirá
—Traedme las Antillas
sobre varios calibres presurosos sobre cintas
de ametralladoras, sobre los caterpillares de los tanques
traedme las Antillas.
   Y en medio de un aroma silencioso
allá viene la isla de Santo Domingo.

Ahora bien, el poema de Mir también es un canto de esperanza, que tiene como inspiración a Whitman, y que busca reivindicarlo:    
Aquí estamos, Walt Whitman, para justificarte.
Aquí estamos
                       por ti
                                 pidiendo paz.
La paz que requerías
para empujar el mundo con tu canto.
          
Pero el poema de Mir es sobre todo una proclama, la de un exiliado que pide libertad para su pueblo.  Este es el punto de encuentro entre Martí y Mir que Magaril establece en el ensayo citado. 
Es posible establecer un arco entre la contribución whitmaniana pionera de José Martí en 1887 desde Nueva York y la de [sic] dominicano Pedro Mir en 1952 desde Guatemala: ambas son recepciones que cabría llamar del exilio antillano, ambas, en prosa y en verso respectivamente, unen literatura y proclama[…][16]

Neruda quería transformar el yo de los «antiguos poetas» en el nosotros del pueblo, pero es Mir que transforma el yo whitmaniano en el nosotros americano, un nosotros que va de Alaska a Tierra del Fuego, del edén prehistórico al infierno contemporáneo, un nosotros que busca el paraíso del futuro.[17]

Sean lo que sean, estos poemas dan claro testimonio de la gran influencia que ha ejercido Walt Whitman en nuestra poesía.  No hemos visto en los poetas y sus poemas aquí comentados nada más que admiración por la vida y obra del poeta norteamericano.  Desde Martí a nuestros días, ningún otro poeta norteamericano ha ejercido tanta influencia en nuestra poesía como Whitman.  Su influencia es solo comparable a la de Dante, Shakespeare o Goethe, como tan bien lo dice Magaril:
 Si al fenómeno whitmaniano […] le sumamos un instante el observable a grandes rasgos en otras lenguas, éste sería comparable, en términos de universalidad, a casos como el de Dante, Cervantes, Shakespeare o Goethe.[18] 
La influencia de Whitman no es mera casualidad.  Whitman es unos de los poetas más potentes de todos tiempos.  Al leerlo nos atrae su fuerza.  Pero más que nada, encontramos nuestra propia esencia.  La revolución poética que Whitman inició ha sido la más desimanada y duradera. 

domingo, 6 de noviembre de 2011

A la luz del invierno, Philippe Jacottet


Phillippe Jacottet, poeta suizo de lengua francesa nacido en 1925, es, en la línea de Yves Bonnefoy, un poeta lírico y a la vez discreto, en cuya voz la emoción y el pensamiento no se excluyen, sino que se anudan y desanudan de forma problemática en una búsqueda incesante de lo real. Signada tanto por lo trágico como por la busca de la esperanza, es una poesía que desconfía de la profusión verbal y la metáfora gratuita. A la luz del invierno (1977) es un libro clave del suizo, en que la elegía por la muerte de sus padres y la superación del duelo ponen a prueba el lenguaje poético. 


LECCIONES

No el primer golpe, el primer destello
del dolor: que sea así derribado
el señor de la casa, el semen,
que el buen amo sea así castigado,
que asemeje un niño enclenque
en la cama otra vez demasiado grande,
niño sin el socorro del llanto,
sin socorro adonde se vuelva,
arrinconado, clavado, vaciado.

Ya casi no pesa nada.

La tierra que nos llevaba tiembla.

*

Un estupor
nacía en sus ojos: que eso fuera
posible. Una tristeza también,
vasta como lo que se le abalanzaba,
que rompía las barreras de su vida,
verdes, llenas de pájaros.

Él que siempre había amado su interior, sus paredes,
él que guardaba las llaves de casa.

*

Ya no es él.
Soplo arrancado: irreconocible.

Cadáver. Un meteoro nos resulta menos distante.

Que se lleven eso.

Un hombre –ese azar aéreo,
más granizo bajo el rayo que insecto de vidrio y tul,
esa roca de refunfuñante bondad y sonrisa,
ese limo cada vez más pesado conforme los trabajos, los recuerdos–,
arrancadle el aliento: podredumbre.

¿Quién se venga, y de qué, con este escupitajo?

Ah, que limpien este lugar.


HABLAR

6
Habría querido hablar sin imágenes, simplemente
empujar la puerta…
                                    Demasiado miedo
para eso, incertidumbre, a veces piedad:
no se vive por mucho tiempo como los pájaros
en la evidencia del cielo,
                                           y al recaer en la tierra
ya no se ve en ellos justamente sino imágenes
o sueños.

8
Desgarra esas sombras como trapos,
andrajoso, falso mendigo, seductor de sudarios:
es una vergüenza imitar la muerte a distancia,
sentir miedo a tiempo basta. Ahora
vístete con el pelaje del sol y sal
como un cazador contra el viento, cruza
como veloz agua fresca tu vida.

Si sintieras menos temor
no harías ya sombra a tus pasos.

9
(A veces te arrancaría la lengua,
charlatán sentencioso. Pero mírate de una vez
en el espejo que blanden las brujas: boca
de oro, fuente tanto tiempo orgullosa de tus sonoros
prodigios, ya no eres más que una cloaca babosa.)

 A LA LUZ DEL INVIERNO

II
Invierno, de noche:
                        a veces, entonces, el espacio
asemeja un cuarto de madera
con azules cortinas cada vez más sombrías
donde se gastan los últimos reflejos del fuego,
y la nieve se enciende contra el muro
como una lámpara fría.

¿O será ya la luna que, al elevarse,
se quita el polvo
y el vaho de nuestras bocas?

*

Fieles ojos cada vez más débiles hasta
que los míos se cierren, y después, el espacio
como un abanico pintado del cual no quedaría sino
un frágil mango de hueso, un trazo helado
sólo para los ojos sin párpados de otros astros.


A la luz del invierno, de Philippe Jacottet, versión de Guillermo-Augusto Ruiz.