martes, 24 de septiembre de 2013

Álvaro Mutis, un silencio inmerecido

Pensé que en vez de recoger fechas, lugares y sentencias, que el internet disemina como polen en primavera, en torno a la memoria de Álvaro Mutis (1923-2013), sería mejor colgar un retrato de lo que significó para mí un solo verso suyo.    

Últimamente

In memoriam
Álvaro Mutis
(1923~2013)

Pienso a veces que ha llegado la hora de callar. 

Álvaro Mutis

Últimamente he estado pensando mucho
en Rimbaud y su silencio,
en callarme y dejar la poesía
y su llave oscura,
las cadenas de la rutina,
el mundo y su moneda de barro.

Y no diré que no me tienta
ir por la tierra sin nombre y sin email,
sin mío ni tuyo,
sin ayer ni mañana.


sábado, 21 de septiembre de 2013

Enigmas y despedidas. Poemas de Juan Luis Panero





Falleció hace poco Juan Luis Panero (1942-2013), poeta español que publicase su último libro hace catorce años. Desapareció, pues, tras un largo silencio de casi tres lustros. “Ya he dicho lo que tenía que decir” –declaró en varias entrevistas. Creo que ese gesto significativo dice mucho de este creador relativamente poco conocido; en comparación con su hermano, Leopoldo María –tan conocido por su obra como por su locura–, ha pasado la mayor parte de su carrera en una posición discreta, marginal, independiente de todo movimiento colectivo. Voz fiel a sí misma desde su primer libro –A través del tiempo (1968) – hasta el último, los amantes del cambio como principio podrían encontrarla machacona, otros, cada vez más depurada, más densa, más estremecedora. Así, la crítica considera su último libro –Enigmas y despedidas (1999) – como la culminación de su poética. En ese sentido, quizás en la selección de poemas que propongo como un humilde homenaje se halle ya el núcleo de sus temas, el peso y la música de su voz. Sobria, lúcida, sombría las más de las veces, pero también celebratoria, como en “Imagen recuperada” (que el lector podrá descubrir aquí abajo), la poesía de J.L. Panero es clásica, de modo que antepone el rigor, la honestidad y la contención a toda azarosa aventura –al menos, gratuita– de las ideas, las imágenes o el lenguaje. A la vez, está dotada de una leve música en sordina que la hace inconfundible, del uso de la palabra y el ritmo precisos, así como de un tono casi prosaico, cercano, entrañable, gracias al cual evita el escollo de la solemnidad acartonada. Como escribe Felipe Benítez Reyes, esta escritura es “sometida a una especie de engañosa neutralidad estilística, despojada, sin adornos de época, concisa y escueta” y que, por ello mismo, “estamos ante una poesía inequívocamente de hoy, que nos habla con una voz de siempre” (prólogo a J.L. Panero, Antología, Ed. Renacimiento, 2003). En “Oficio de suicidas”, el sujeto se pregunta si tiene sentido “intentar retener / la huella de la luz en sílabas de sombra”; y en otro poema –dedicado a Juan Rulfo, que conoció personalmente durante el tiempo que vivió en México–, recuerda a su amigo como “aquella voz oscura bajo un árbol de luz”. Entre luces y sombras, la poesía, para J.L. Panero, no es sino otro juego para aplazar la muerte. Pero a veces, cuando de pronto anochece, laten y alumbran las palabras, como hoy las suyas.


Y de pronto anochece
                                                       Ed é subito sera
                                                                             Salvatore Quasimodo

Vivir es ver morir, envejecer es eso,
empalagoso, terco olor de muerte,
mientras repites, inútilmente, unas palabras,
cáscaras secas, cristal quebrado.
Ver morir a los otros, a aquellos,
pocos, que de verdad quisiste,
derrumbados, deshechos, como el final de este cigarrillo,
rostros y gestos, imágenes quemadas. arrugado papel.
Y verte morir a ti también,
removiendo frías cenizas, borrados perfiles,
disformes sueños, turbia memoria.
Vivir es ver morir y es frágil la materia
y todo se sabía y no había engaño,
pero carne y sangre, misterioso fluir,
quieren perseverar, afirmar lo imposible.
Copa vacía, tembloroso pulso, cenicero sucio,
en la luz nublada del atardecer.
Vivir es ver morir, nada se aprende,
todo es un despiadado sentimiento,
años, palabras, pieles, desgarrada ternura,
calor helado de la muerte.
Vivir es ver morir, nada nos protege,
nada tuvo su ayer, nada su mañana,
y de pronto anochece.

Imagen recuperada

Los rozados pezones tensos, gotas de agua
en tus pequeños pechos, recorriendo
la oscura raja de tu culo, temblando
entre las olas, bajo la luz de las estrellas,
en el mar tibio de final de verano.
Ahora, años después, esas mismas gotas
resbalan aún por la piel suave de tu vientre, tu escondido
ombligo,
el áspero y negro pelo de tu sexo,
frágiles y mínimas, leves huellas de humedad en tus muslos.
Precaria intimidad, imagen recuperada de la vida,
frente a los años, frente al tiempo acosado,
y de repente en tus ojos, relámpago en la sombra,
la luz de aquella noche, en tus manos al aire
aquel galope blanco de la espuma llegando.

(Antes que llegue la noche, 1985)


Espejo negro

Dos cuerpos que se acercan y crecen
y penetran en la noche de su piel y su sexo,
dos oscuridades enlazadas
que inventan en la sombra su origen y sus dioses,
que dan nombre, rostro a la soledad,
desafían a la muerte porque se saben muertos,
derrotan a la vida porque son su presencia.
Frente a la vida sí, frente a la muerte,
dos cuerpos imponen realidad a los gestos,
brazos, muslos, húmeda tierra,
viento de llamas, estanque de cenizas.
Frente a la vida sí, frente a la muerte,
dos cuerpos han conjurado tercamente al tiempo,
construyen la eternidad que se les niega,
sueñan para siempre el sueño que les sueña.
Su noche se repite en un espejo negro.

Arte poética

La larga, lenta lengua de la muerte
ha lamido la mano del que escribe,
lucidez o locura, nadie sabe:
sólo quedan palabras, palabras deshaciéndose.

(Desapariciones y fracasos, 1978)

viernes, 20 de septiembre de 2013

Las líneas más nietzscheanas que Shakespeare haya escrito



En Ricardo III, obra atribuida a William Shakespeare (The Tragedy of King Richard the Third, publicada en 1597), leo con asombro unos versos que prefiguran toda la filosofía moral de Nietzsche, especialmente la que desarrolla en La genealogía de la moral, ensayo aparecido en 1887. Entre las dos obras hay una distancia de 290 años. Pero antes de citar esas líneas es necesario ponerlas en su contexto.
El duque de Gloucester –personaje complejo, deforme como Hefesto y por ello tan exacto en sus estrategias como visceralmente rencoroso, encarnación del mal y sin embargo, a veces, dubitativo, es decir, humano, demasiado humano, como los mejores personajes de Shakespeare– toma el poder a través de una serie de crímenes extra y, sobre todo, intrafamiliares, hasta convertirse en Ricardo III. Llega incluso a ordenar el asesinato de sus sobrinos –niños aún–, siendo su protector. Para él, hermano del difunto rey, representan una amenaza a largo plazo y no duda un instante en pasar al acto. 
Esto, entre otras cosas, aísla a Ricardo en la Corte. Incluso su más fiel aliado, el duque de Buckingham, huye temeroso por su propia vida. Además, sediento de venganza al no recibir la anhelada retribución por su ayuda durante los días previos al coronamiento de Gloucester, Buckingham alista a sus hombres y desembarca en Inglaterra al mismo tiempo que Richmond, un antiguo exiliado que vuelve de Francia seguido de un ejército.
El principal motivo por el que estos nobles regresan para vengarse de Ricardo no es otro que los crímenes inmundos que ha perpetrado fríamente. O, al menos, tales crímenes legitiman el regreso del exiliado Richmond, que aparece entre la población y los cortesanos como un salvador. Así, durante la noche que precede a la batalla decisiva, Ricardo recibe la visita de todos los espectros muertos por su mano, quienes lo maldicen prediciendo su derrota. El rey despierta sobresaltado. Ha sido solo un sueño. No, no ha sido solo un sueño, sino la temible visita de la conciencia. Ah, la conciencia, “ese rostro siempre colorado por la vergüenza... que hace de un hombre un cobarde”, como declara un asesino contratado por el duque de Gloucester para eliminar a su hermano, Clarence (al final del primer acto), como parte de su estrategia para tomar el poder. Así, el día de la batalla, cuando Ricardo les habla a sus hombres por última vez, comprendemos que, en realidad, sus palabras no van dirigidas a los soldados, sino a sí mismo, a su propia conciencia inquietada la noche anterior por inesperados brotes de remordimiento. La arenga se convierte entonces en un breve pero intenso ensayo moral. Y he aquí las líneas más nietzscheanas –valga el anacronismo– que Shakespeare haya escrito nunca: “¡Vamos, señores! ¡Cada hombre a su puesto! ¡Que el tartamudeo de los sueños no espante nuestras almas! La consciencia no es más que un término para uso de los cobardes, inventado originalmente con el fin de mantener a los fuertes a raya. Sean los brazos vigorosos nuestra conciencia, y las espadas, nuestra ley. ¡En marcha!” 

La visión de la conciencia como “un invento de los cobardes” –“débiles”, diría Nietzsche–corresponde exactamente a la formulada por el filósofo alemán en La genealogía de la moral. Asimismo la idea de que la invención de la conciencia, o más precisamente, de la mala conciencia (el sentimiento de culpa tan caro al cristianismo), tiene un fin preciso, a saber, contrarrestar el poder de los fuertes sobre los débiles. Sin embargo, en boca de Ricardo III –personaje histórico que Shakespeare se apropia de forma magistral–, estas líneas no acusan ni enaltecen a quien las dice, sino que traducen su visión del hombre, de la moral y explican (aunque no legitiman) sus actos, a contracorriente de la ética cristiana. El dramaturgo inglés no habla a través del personaje, sino que lo deja fijar su compleja humanidad ante los ojos azorados, creo yo, del espectador de aquella época. Es muy probable, casi seguro, que, dos siglos después, estas líneas llegasen a los ojos de Nietzsche. Si lo influyeron o solo lo confortaron en su visión del hombre y de de la moral es algo imposible de saber y, la verdad, poco importa. Solo quería compartir este asombro personal con el lector. Descubrir conexiones así, que atraviesan los siglos sin perder su fuerza, es una de las recompensas de la lectura y, sin duda, de la ignorancia. Después de todo, la gran literatura carece de límites temporales.

domingo, 15 de septiembre de 2013

“La literatura boliviana debe dejar de buscar el reconocimiento en el exterior como requisito para el éxito"

                                     Entrevista a Guillermo Ruiz Plaza
 
Por: Santiago Espinoza 


“Seudopoeta y paraescritor”. Con esas palabras se define Guillermo Ruiz Plaza (La Paz, 1982), una de las voces más notables y prometedoras de la literatura boliviana actual. Radicado desde hace ya varios años en Francia, donde ha cursado estudios universitarios de Filología Hispánica y Literatura, Ruiz Plaza volvió a Bolivia en agosto para presentar sus más recientes publicaciones: el libro de cuentos La última pieza del puzzle y la monografía Eduardo Mitre y la generación dispersa, ambos editados por la renovada editorial 3600 (otrora Gente Común). El primero de ellos ha sido editado tras haber ganado el Premio Municipal de Literatura de Santa Cruz del pasado año, un galardón que el autor ha recibido por segunda vez, luego de haberlo merecido en 2009 por El fuego y la fábula (Gente Común, 2010). A estos reconocimientos se suma la mención que obtuvo en la edición 2007 del Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal” por su primer libro de poemas, Prosas sacras (Plural, 2009). 

La imposibilidad de asistir a los actos de lanzamiento de sus más recientes trabajos, organizados a mediados del mes pasado en La Paz y Santa Cruz, derivó en una promesa de entrevista con Ruiz Plaza, que es la que ahora se publica en esta páginas. Contestada generosamente por vía electrónica, esta entrevista ofrece una muestra del rigor, la pulcritud y la lucidez con que el escritor paceño “comete” la escritura. A más de la calidad de su escritura, que puede ser también y mejor apreciada en sus libros, a través de sus respuestas se permite evocar el origen de su compromiso con la literatura, revelar los pormenores del proceso de escritura de sus más recientes obras, analizar la evolución de su narrativa y reflexionar sobre su pertenencia a eso que suele llamarse “literatura de género”. Así también se atreve a hacer un examen crítico de las letras bolivianas actuales, compartir sus lecturas y autores de cabecera -dentro y fuera de Bolivia-, observar las implicaciones de hacer literatura en español desde Francia, reconocer el poder regenerativo de sus periódicas visitas al país y hablar de su futuro, del literario y el personal, aunque, eso sí, sin ofrecer certezas. 



- ¿Cómo nació tu relación con la lectura y la literatura? ¿En qué momento decidiste que querías convertirte en escritor?

Fue en la biblioteca de mi abuelo, René Ruiz González. Una biblioteca impresionante, penumbrosa, llena de tomos innumerables. Pero lo que más me atraía y hasta me embriagaba, siendo niño, era el olor de los libros. Para mí, era la fragancia del tiempo. Es mágico ese tiempo encerrado, ese vértigo de siglos atrapado en unas páginas, tan discreto en su quietud. Así, desde un principio, fue una atracción sensual, casi sexual, a la letra impresa y a los mundos que comporta.

- ¿Cómo nació La última pieza del puzzle, el libro de cuentos que has tenido oportunidad de presentar recientemente en La Paz y Santa Cruz?

Los primeros cuentos nacieron de textos de adolescencia. Los hallé unos 15 años después de escritos, en una serie de diskettes –por suerte guardo todavía mi computadora antediluviana–. De estos textos, en los cuales hallé fuerza pero no destreza, surgieron algunos relatos del libro; éstos me llevaron a nuevas historias, basadas en mis experiencias de estudiante universitario en Francia. De ahí que el primer ciclo esté ambientado en Bolivia, en los años noventa y el segundo, en cambio, transcurra en el país galo durante la primera década del nuevo milenio.

- Tras leer el comentario de Claudio Ferrufino, se colige que este nuevo libro de cuentos continúa la senda de El fuego y la fábula, en sentido de cultivar el relato fantástico, de misterio y de terror. ¿Qué continuidades y rupturas encuentras entre estos dos libros de cuentos?

El fuego y la fábula está compuesto exclusivamente de cuentos pertenecientes a lo fantástico cotidiano y, en ese libro, el hilo conductor es el fuego –real o simbólico–. En cambio, en La última pieza del puzzle hay relatos policiacos y de misterio, así como cuentos de lo extraño y lo fantástico. En otras palabras, la gama genérica es más amplia, pero he tratado de darles unidad. Creo que viene dada por el corte íntimo y a la vez violento de todas las historias. 



- ¿Cuál es el origen de tu fascinación con este tipo de relatos, comúnmente categorizados como literatura de género?

No creo que se trate propiamente de literatura de género. No hablamos de fantasy o de Harry Potter, de esos libros que encuentras en un estante específico de la librería. Aquí hablamos de quizá la mejor literatura que se ha producido en América Hispana en el siglo XX. Esa es, al menos, mi visión. Borges, Cortázar, Bioy, Ocampo, Arreola, Rulfo, Fuentes, no elevaron lo fantástico a la categoría de literatura, como suele decirse, sino que explotaron su potencial de diversas maneras. Desde Hoffmann, la literatura fantástica no cesa de inquietar al lector moderno y es necesaria en una época en que el hombre cree saberlo todo o delega su pensamiento a la ciencia. La literatura fantástica no necesitó de los renombrados físicos –como Prigogine, premio Nobel de física– para afirmar que lo que sabemos sólo es válido en una ínfima porción de la realidad. Lo dijo antes y lo dijo desde la ficción y sigue transformándose para decirlo de forma sorprendente. 

- La tradición literaria boliviana no suele asociarse con la literatura de género, como la que está presente en tu obra cuentística. ¿Qué desafíos supone hacer literatura de género, si vale el término, para un medio que no ha estado habituado a ésta?

Si bien en la literatura hispanoamericana del siglo XX lo fantástico resultó central, en Bolivia siempre se mantuvo al margen. Estoy convencido de que, aún hoy, se considera como una literatura menor. Pese a obras magníficas de Cerruto, Bascopé y Sáenz, entre otros. Las cosas serias, según la idiosincrasia local, vienen del realismo. Pero la literatura fantástica es realista. Si no lo fuera, no tendría efecto en el lector, no inquietaría a nadie. Familiarizar al lector común con esta literatura –que no es maravillosa ni fantasiosa, sino cotidiana y desasosegante– es uno de los objetivos de Vértigos. Antología del cuento fantástico boliviano (editorial El Cuervo), selección que realicé junto a Daniel Averanga e Iván Prado, y que se presentó el miércoles 21 de agosto en La Paz.

- ¿Cómo nació el proyecto de la monografía Eduardo Mitre y la generación dispersa, que inaugura tu faceta como crítico y ensayista de literatura?

Escribí esa tesina en el marco universitario, para obtener el Máster en Literatura Hispanoamericana, en 2006-2007. Me vi obligado a hacerlo en francés. Luego la leyeron catedráticos hispanistas de Francia y Estados Unidos, y me aconsejaron que la publicara; pero para ello, claro, debía traducirla a mi lengua. Al tiempo de traducirla, la iba aligerando de ropajes académicos, haciéndola más amena, tirándola para el lado del ensayo, aunque sin perder el rigor. Esto me tomó cuatro años. Ahora que la editorial 3600 decidió sacar el libro a la luz, me digo que es un ensayo de largo aliento, y lo prefiero así.

- La última pieza del puzzle ha sido lanzado luego de haberte permitido ganar, por segunda vez, el Premio Municipal de Santa Cruz, tras El fuego y la fábula. Así también resultaste finalista del Premio Nacional de Poesía en 2007. ¿Qué importancia le reconoces a los concursos y premios en tu labor literaria y en la literatura, en general?

No creo que deba concederse a los premios literarios una importancia que no pueden tener. El único juez de una obra es el lector y la prueba de fuego, el tiempo. En el plano práctico, sin embargo, ganar un concurso supone un aliciente, un espaldarazo, quizá hasta la posibilidad de publicar un libro que, de otra forma, no hubiera visto la luz, no porque fuera malo, sino porque las editoriales no se arriesgan así nomás, necesitan nombres. Es injusto pero así es. A veces, los concursos pueden romper ese círculo. 

- ¿Qué impresiones y experiencias te ha dejado la presentación de tus dos libros más recientes en La Paz y Santa Cruz?

Las presentaciones son experiencias que alimentan al que escribe. Al menos, a mí me pasa. Escribir es un oficio solitario, huraño, y en esas ocasiones uno siente el calor de la gente y comprende por qué hace lo que hace. La escritura no puede ser un oficio egoísta. El pan está hecho para ser compartido. Así los cuentos, los poemas, las novelas. 

- Pese a tu juventud, ya tienes una obra genéricamente variada y muy apreciada, habiendo cultivado –con reconocimientos incluidos- el cuento, la poesía y, más recientemente, el ensayo o monografía. ¿Cómo haces para alternar la escritura en estos tres registros, como son el cuento, la poesía y el ensayo?

Es un tema que me interesa mucho y que, por cierto, analizo en Eduardo Mitre y la generación dispersa. Nace una idea, una imagen, un germen. Uno puede llevarlo a cualquier género si se lo propone. En mi producción, tengo poemas y cuentos basados en una misma idea, en una misma imagen. Los llamo dobletes. Será falta de imaginación o simple curiosidad, ganas de indagar en las diferentes formas de traducir un impulso. 

- Una pregunta inevitable: ¿A qué escritores bolivianos sigues con atención actualmente?


Debo aclarar que, por la distancia, no leo toda la literatura nacional que me gustaría leer. Una vez dicho esto, se me perdonará la ignorancia, la cual intento paliar cada vez que vuelvo a Francia cargado de libros de autores nacionales, pagando sobrepeso y demás gajes del lector. Sigo a Mitre y la generación de escritores nacidos en la década de los 40: ensayistas, narradores, poetas. Es una lástima que hayamos perdido hace poco a un grande como Jesús Urzagasti. Últimamente, he leído una novela magnífica, tan fuerte y cruda como poética: El exilio voluntario de Claudio Ferrufino. Luego me gustan los cuentos de Manuel Vargas, especialmente los de Nocturno paceño, los de Edmundo Paz Soldán, particularmente en Billie Ruth, y me parece que en las novelas de Sebas Antezana y los cuentos de Liliana Colanzi, así como en los de Fabiola Morales y Giovanna Rivero, se abren vetas que explorar. He callado un montón de nombres para decirlos en otra parte.

- Otra inevitable: ¿Cuáles son tus autores –bolivianos y no bolivianos– de cabecera, en materia narrativa, poética y ensayística?

Ya hablamos de los bolivianos, aunque sea de paso; ahora, si te parece, hablemos de los otros. En narrativa siempre vuelvo a Borges, Cortázar, Dino Buzzati, Henry James, Joyce Carol Oates. En poesía, a Rimbaud, René Char, Dylan Thomas, Henri Michaux, Blanca Varela. En ensayo me encantan Borges, Camus, Barthes, Octavio Paz, Sergiol Pitol. Me fascina releer; descubrir a nuevos autores me resulta estimulante.

- ¿Qué criterios tienes sobre el estado actual de la literatura boliviana? ¿Cómo definirías el momento que viene atravesando?

La literatura boliviana está pasando por un buen momento, es indudable, tanto en narrativa como en poesía. Y se empiezan a escribir críticas serias sobre autores clásicos. Pero aún falta algo clave: dejar de buscar, a toda costa, el reconocimiento en el exterior como requisito para el éxito. Si no reconocemos, estudiamos y nutrimos la literatura boliviana desde adentro, con una crítica sólida y sistemática, nunca nos posicionaremos de verdad en el escenario internacional. Es un primer paso indispensable; luego vendrá lo demás. En Francia, por dar un ejemplo, la literatura crítica es por lo menos igual en número y en calidad a la literatura creativa. Y es el país que cuenta con el mayor número de premios Nobel de literatura en el mundo… ¿Mera coincidencia? 

- Se sabe que estudias, radicas y escribes en Francia hace ya varios años. ¿Cómo llegaste ahí? ¿A qué te dedicas actualmente, además de la escritura?

Tuve suerte. Gané dos becas académicas sucesivas otorgadas por el gobierno francés. Eso me permitió ir a Francia y estudiar siete años en la Universidad de Toulouse. No abandoné el español, al contrario: me adentré en él, lo redescubrí al estudiar Filología Hispánica: Literatura, Historia, Lingüística, traducción y las diversas manifestaciones culturales de nuestra lengua en España y América. Después me especialicé en Literatura. Hoy enseño castellano en secundaria y literatura en la Universidad Champollion de Albi. 



- ¿Planeas retornar en el corto o mediano plazo a Bolivia o tienes el proyecto de permanecer en el exterior?

Tengo esposa e hijos en Francia; por eso, por ahora, me quedo allí. Después, quién sabe. No creo en las certezas sobre el futuro. En todo caso, disfruto viniendo a Bolivia cada cierto tiempo. Es intenso y me regenera.

- ¿Qué lazos literarios y creativos te comunican con Bolivia? ¿Cómo consigues mantener contacto con la literatura y los escritores del país?

Internet es una multitud de puentes tendidos hacia los demás. Ya sea a través del mail o de Facebook, he tenido la suerte de trabar amistad con varios escritores bolivianos dispersos en el mundo. 

- Como otros tantos antes y ahora, eres un escritor boliviano que produce su obra desde el exterior, en tu caso, desde Francia, donde radicas. ¿Qué ventajas y desventajas encuentras en el hecho de dedicarte a la escritura y hacer literatura desde fuera del país?

Vieja polémica, como la que se dio entre Cortázar y Arguedas. Tal vez lo ideal sea el justo medio: vivir en el extranjero da una perspectiva invaluable sobre el país y sobre uno mismo; volver es indispensable para que las ideas que uno tiene sobre el país se muevan y no resulten, después de un tiempo, obsoletas.

- Asumiendo que el francés debe ser tu lengua de uso común, ¿has intentado publicar tu trabajo literario en esa lengua?

Justamente, gracias a La última pieza del puzzle, encontré recientemente una editorial francesa dispuesta a publicarme en español y francés. Saldrá una edición bilingüe del libro en 2014. 

- ¿Cómo consigues reencontrarte con el castellano al escribir cuentos, poesía o ensayos, como los que ya se han publicado en Bolivia?

Una vez en Francia, estaba por inscribirme a Letras Modernas –el equivalente a la carrera de literatura de la UMSA, en francés– cuando descubrí Filología Hispánica. Opté por ella, pues se leía y estudiaba ante todo en castellano. La lengua no es sólo un sistema de signos, para mí es una casa, un refugio. No abandoné el español entonces y ahora él, felizmente, no me abandona.

- ¿En qué nuevos proyectos literarios vienes trabajando?

Tengo un nuevo poemario terminado, esperando el momento propicio para salir a la luz.


Fuente: La Ramona, suplemento literario.