miércoles, 5 de febrero de 2014

Cuatro poemas de José Watanabe (1946-2007)



LA ALAMEDA DE PINOS

La alameda de pinos apareció como un lujo
geométrico
entre los desordenados sembríos de algodón.

El ómnibus se había detenido en la carretera adyacente
y el chofer me indicó: camine de frente, al final
está el pueblo de San José. En el lejano final,
donde se cerraba la perspectiva de la alameda,
había un brillo intenso.
El chofer me advirtió
que podía cruzarme con cuatro caballos blancos.
La gente cree que quien los mira muere, me dijo.

De pronto, a la distancia,
se levantó una pequeña nube de polvo: sólo es un juego
ocioso del viento, pensé. El sol
brillaba en las hojas mientras caían.
Son bellas, debo iluminarlas hasta el final, dijo.
Yo le comprendí:
Si son los caballos blancos los que vienen levantando ese polvo
no debo cerrar los ojos.



BASHO

El estanque antiguo,
ninguna rana.
El poeta escribe con su bastón en la superficie.
Hace cuatro siglos que tiembla el agua.



ORGASMO

¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?


(Poemas tomados de Banderas detrás de la niebla, Pre-textos, 2006)



¿Qué cruz buscas
desesperado y tarde
para entregarte a una salvación incierta?
La cruz está en tu propio cuerpo
cuando abres los brazos.
Fue hecha
siguiendo la forma del hombre
para asesinarlo.
¡Qué bien cupo Cristo en su cruz!
¡Qué bien caben todos en su cruz!
Desde ella clamamos
y ella empieza a entrar
en nuestro cuerpo
hasta que lo subsume
para darnos paz
y sólo quedan en el horizonte
esos maderos cruzados,
ese símbolo donde estamos todos
a punto de volar.


(José Watanabe, poema inédito, Poesía completa, Pre-textos, 2013).