martes, 11 de marzo de 2014

La extraña muerte de Miguel Alejandro Valerio, escrita por él mismo

El 11 de marzo de 2014 fue un día extraordinariamente veraniego en Columbus. A las tres de la tarde se registró una temperatura de sesenta grados Fahrenheit. Ese día Miguel salió a hacer su primera sección de jogging de la temporada. Se puso tenis y salió a ver si el tiempo requería cazadora. Se dio cuenta que no. Volvió a ponerle llave a la puerta y salió definitivamente. Caminó el corto tramo entre su apartamento y el sendero donde haría jogging. Al llegar al sendero encontró dos asiáticas tomándose una foto en el puente que cruza el Olentanyi en ese punto. Comenzó a hacer jogging corriendo lentamente. Corrió treinta segundos y después comenzó a caminar enérgicamente. Se justificó este cambio de ritmo con la excusa de que no quería alcanzarle al tipo que iba delante de él. Siguió caminando enérgicamente detrás de ese tipo y la tipa que iba delante de él. Cruzó otro puente que cruza el Olentanyi y pasó por debajo del puente Dodridge. Volvió a hacer jogging cuando se hizo distancia entre él y aquellos que iban delante de él. Esta sección duró mucho menos que la primera. Pasó un gordo con la música a todo dar en los audífonos. Vio una chica muy guapa que venía corriendo en la dirección contraria y pensó proponerle que se acostara con él si él mantenía su ritmo. Se imaginó un diálogo entre él y ella. “Di que sí sólo para tener una razón para correr.” “¿Y qué me darás si no mantienes mi ritmo?” “Cien dólares.” Siguió caminando sin hacer nada. Pasaron tres chicas en patines. Iba pensando que la propuesta no estaba bien articulada, porque acostarse no implicaba tener sexo, y si la tipa era lista, podía interpretarlo a su favor. Pero se imaginó que al llegar al apartamento con la chica, en vez de bañarse, se entrelazarían apasionadamente, bañados en sudor. El tipo que iba delante de él dobló. Miguel apresuró el paso y fue alcanzándole a la chica que iba de delante de él. Se dio cuenta de que no era tan gorda como se le figuraba a distancia. Iba en el teléfono. Al parecer hablaba con su compañera de cuarto. Miguel se echó a la izquierda para rebasarle pero tuvo que detenerse a amarrarse los cordones del tenis derecho que se habían desatados. Después le rebasó corriendo. Corrió el último tramo del sendero que haría ese día. Corrió debajo del puente de Lane. Subió los escalones del puente corriendo. Pensó en Rocky Balboa y en aquella vez que vio su estatua a los pies de los escalones del Museo de Arte de Philadelphia una cálida mañana dominical de marzo. Cruzó la calle Lane corriendo. Pasaron algunos coches. Al volver al sendero, se encontró con la que no era tan gorda, que ya no venía en el teléfono. Ella tomó la calle Lane hacia la calle High. Había terminado su sección. En la distancia divisaba la chica de la propuesta. Pasó una chica medio gorda en patines. Pasaron otras chicas en las que pensó hacerle la misma propuesta. Pasaron algunas parejas. Pasaron algunos gordos en bicicletas. Cuando ya estaba llegando donde dejaría el sendero para volver al apartamento, se encontró con tres chicos neonazis. Éstos procedieron a darle una paliza. Cuando estuvo inconsciente lo tiraron en el Olentanyi, donde se lo comieron los patos.