jueves, 12 de agosto de 2010

El hombre que cagaba plata






Érase una vez, en un lugar de cuyo nombre ya nadie quiere acordarse, una pareja de lo más pobre que, por accidente, tuvo a un enésimo hijo que se convirtió, con el paso del tiempo, en el hombre más rico del mundo.
Este hecho de por sí insólito tuvo su origen y desarrollo en otro aún más increíble, pues desde muy temprana edad el niño cagaba plata. Dicho en otros términos, la criatura no salía nunca del baño sin un fajo de billetes en la mano. Naturalmente, el lector ya sabrá a quién me refiero.
¿De qué nacionalidad era, al principio, la plata? Todo es relativo. Dicen las malas lenguas (que en realidad son buenas, pues ayudan a llenar los blancos de la Historia) que si el nene comía comida criolla, daba pesos; que si engullía sushi, daba yens; que si se deleitaba con una buena hamburguesa, luego salía triunfante del trono con dólares tan verdes y nuevos como ya no se ve en ninguna parte, salvo tal vez (ordenados dentro de un eterno maletín negro) en las viejas películas de gánsteres y mafiosos.
Pronto el chico fue globalizado por partida doble: por un lado, devoraba una variedad alucinante de comidas del mundo, aunque siempre en función del cambio del día y, a veces, de los caprichos de los padres fascinados por el prodigio; por otro, conforme se fortalecía el dólar, el adolescente se fue especializando en el fast food.
Como es de dominio público, el hombre terminó siendo la imagen viva del globo terráqueo, no sólo por obeso sino porque, cubierto de rojos archipiélagos y cráteres blancuzcos, reflejaba en carne viva –y esto no escapó a los caricaturistas de la prensa– la riqueza natural de nuestro planeta.
Pero dicen que a pesar de todo fue feliz, y dicho de paso, es lo que emana de la célebre foto, tomada por un paparazzo, en que –sonriente bajo la lluvia de flashes– sale de una discoteca del brazo de cierta ex Miss Universo (quien, en ese momento –pero esto lo confesó más tarde–, sólo le ayudaba a subir un escalón). Además, si no creció de modo conveniente, en cambio sí se reprodujo como Dios manda, multiplicándose en una gran familia de multinacionales, que se implantaron en la India, la China y la Cochinchina, fruto de sucesivas deslocalizaciones, las cuales generaban ganancias tan espectaculares, que hasta suplían por sí solas las crecientes lagunas originadas por la caída drástica de su productividad anual (palabra esta última –acotan ciertos especialistas jocosos– en que es legítimo omitir la u, si se piensa que el problema se debía únicamente al estreñimiento crónico que lo aquejaba).
Un buen día, no obstante, resultó inútil la acción conjunta del ejército de médicos que lo atacaba a diario en su mansión, recetándole drogas variopintas –y en muchos casos, como más tarde señalaron los forenses, ilegales y todo–, pues ya nada que se hubiera inventado en farmacéutica parecía surtir efecto en aquel elefante cansado. De modo que, en cuestión de meses, el hombre se consumió hasta semejar un perro raquítico. Y así sucesivamente hasta el jueves aciago en que se supo que había cagado el último billete y se nos vino encima la crisis financiera y negros nubarrones se cernieron sobre el mundo.

Guillermo A. Ruiz Plaza

3 comentarios:

La hija de la Lagrima dijo...

jajajaja...excelente cuento!!!
Muy buen blog, primera visita, ya estare de vuelta leyendo mas.

Ay...si todos cagaramos plata como este pibe,sabes lo bien q me sentiria?! Ahora solo tengo hemorroides financieras!

Guillermo Ruiz Plaza dijo...

Jajaja, hemorroides finacieras...! Hija de la lagrima, gracias por la visita y tambien por tu comentario. A mi me encantaria cagar plata como a vos, aunque debe de ser algo angustiante, no crees? Un abrazo!
G.A.R.

La hija de la Lagrima dijo...

La verdad q si...sera x eso q me va para la mierda en cuestiones de negocios! Igual me importa un pito xq tengo mi concepto de vida q es: odio a la gente,voy contra la corriente y al q no le gusta q se hamaque...jaja

Sigo leyendolo!
Salutti!