“Better
man” y la mini-ópera “Mama-Son” de Pearl Jam
A
Carlos Sotil y Valentín Abecia.
Queremos dedicar unas cuantas líneas a la biografía de
Osman en nuestra nota introductoria.
Osman vivió la mayoría de su vida con su madre, doña Ester
Olivares de Hinostrosa. Tenía un hermano, el Edgar Hinostrosa Olivares, al que
algunos apodaban “Choripán”. Edgar, siendo el menor, había llevado una vida
mucho más desenfrenada y libre, mientras que Osman trataba de ser el
responsable, el hombre de la casa. Siempre nos pareció que esa postura obedecía
al hecho de que su padre no vivía con su madre desde hacía mucho y que ella
estaba constantemente cambiando de pretendientes. Así, Osman solía despotricar
contra la incapacidad de su madre para encontrar una relación que fuera estable
y que le permitiera a él y a su hermano independizarse de ella. Desde muy
joven, mucho antes que cualquiera de nosotros que -estudiando todavía-
dependíamos económicamente de nuestros padres, Osman se las había ingeniado
para disponer de su propio dinero. Ya fuera trabajando o en la compra-venta de
cosas en el mercado chino, Osman siempre encontraba formas para ayudar a su
madre con los gastos de la casa. Doña Ester trabajaba en una agencia de viajes
desde hacía años y hasta se podía decir que lo había hecho desde siempre. Así,
muchas veces viajaba con regalos que le hacían las aerolíneas o la misma
agencia. Con ello, doña Ester podía mantener tranquilamente a los dos hermanos,
además, recibía un dinero del padre de Osman; sin embargo, a medida que fue
envejeciendo, Osman comenzó a asumir, cada vez con mayor, firmeza el rol de su
padre, es decir, el del “hombre de la casa” –sea cual sea el significado de
esto.
Ahora bien, entre amigos y bajo los efectos de unas
copitas, Osman solía quejarse de esas “iniquidades”, como él mismo las
calificaba. Alguna vez estuvimos juntos en el Mechanical Wood, ahí en la Belisario, y él nos contó cómo, a veces,
había detestado a su madre al punto de preguntarse qué diablos era lo que constituía
el lazo que une a hijos y madres. Despotricando en plena borrachera, recordó
algunas de las mayores diferencias que tenía con su madre. “Primero, ella es
muy religiosa, muy supersticiosa, ¡muy mujer, pues! Piensa que el amor es una
cosa de predestinación que obliga a la entrega: como si el hombre que la
hubiera conseguido seducir fuera una verdad necesaria, tan irrevocable que poco
o nada la podría hacer cambiar de idea. Además, siempre se hace a la víctima,
como si todo lo que le hubiese ocurrido fuera un envío de Dios o de alguna
fuerza sobrenatural que ella no puede entender. A mí me da pena irme de mi
casa, porque mi hermano es medio mierda y fija la va a hacer sufrir. En cambio,
espera que yo sea el sostén de la familia para que ella pueda descansar de una
vez, y me mira con esos ojos mezclados de esperanza y orgullo que,
honestamente, me angustian, molestan y convencen de que si esta mujer no fuera
mi madre, de seguro la odiaría”.
En otra ocasión, Osmán nos invitó a su casa. Estábamos
bebiendo unas cervezas en alguno de esos boliches de la Belisario, o
probablemente era el L’Barón, en la
Arce, la cosa es que Osmán nos dijo que debía volver a su casa porque había
quedado en verse ahí con sus amigos del colegio. Nos ofreció ir con él y con la
emoción que teníamos por las cervezas que ya nos habíamos bebido, lo
acompañamos. Al llegar a la puerta de su edificio, nos encontramos con algunos
de sus amigos y nos saludamos. Luego, Osmán llamó por el intercomunicador y,
tras esperar unos minutos, la madre contestó. Osmán se puso un poco nervioso,
quizás le habría notado algo raro en la voz. Solo cuando subimos y vi que su
madre estaba con un amigo en la sala, tomando un vino y guitarreando, me di
cuenta de la razón de los nervios de Osmán. Ella nos invitó muy cordialmente.
Éramos siete u ocho. Nos sentamos y acercamos unas sillas para conversar con
ellos e invitarles las bebidas que habíamos llevado. En la borrachera la madre
de Osmán se puso muy alegre y parlanchina. Osmán, por su parte, parecía cada
vez más nervioso y avergonzado, sin poder disfrutar del momento y la situación.
Desde que llegamos dejó de tomar. Trataba con mucho desprecio al amigo de su
madre, que no dejaba de intentar congraciarse con él invitándole a brindar y
conversando sobre la música que le gustaba y las cosas que sabía tocar en la
guitarra.
Ya más tarde en la noche, cuando el amigo de su madre
tuvo que irse y su mamá entró a dormir, algunos amigos se burlaron de Osmán y
lo molestaron a propósito de la relación que su madre tenía con ese hombre. “El
novio de tu mamá”, decían, lo que terminó por exacerbar la ira de Osmán, que,
aunque decía que no estaba ofendido, no tenía cómo explicar su ridícula actitud
frente a los acontecimientos. Rendido y sin duda humillado, se emborrachó hasta
más no poder y, perdiendo la consciencia, se echó a dormir en la sala. Nosotros
nos fuimos retirando a medida que amanecía.
Pensando en esas cosas, tras la muerte del Osmán,
recordé este ensayo suyo que, a mi ver, está íntimamente relacionado con todo
lo que acabo de contar.
***
You’re such an inspiration for the ways
that I would never ever choose to be.[1]
A Perfect Circle, “Judith”
Mother, I’ve tried,
Wasting my life.[2]
Smashing Pumpkins, “Once upon a time”
Mother, should I build a wall?
[…]
Oooooooooh, baby,
Of course momma’s going to help you
build the wall. [3]
Pink
Floyd, “Mother”
En una entrevista, Billy Corgan cuenta cómo es que
conoció a D’Arcy Wretzky, la primera bajista de los Smashing Pumpkins. Según
refiere, estaban viendo a una banda juntos. De pronto, Corgan dijo que, para él,
un grupo musical que se mueve demasiado en el escenario debe necesariamente ser
una banda ensamblada por una compañía discográfica.
Desde la primera vez que vi la intensidad que los
integrantes de Pearl Jam ponían en sus shows en vivo, pensé que Pearl Jam era
una banda ensamblada por una compañía discográfica para hacer dinero rápido. En
efecto, daba la impresión de que Pearl Jam era el producto de una receta
textual de cómo hacer una banda con el atractivo
necesario para adolescentes angustiados. Otra de las clásicas acusaciones que
se le hace a Pearl Jam, justamente, es la de ser una banda cliché: todo lo que
hacen lo podría planificar un empresario que imagina la vida de un adolescente.
Éste es el punto en que quiero rescatar el atractivo que
tiene Pearl Jam, dejando de lado provisionalmente si es realmente una banda
ensamblada corporativamente o no. Si el atractivo de Pearl Jam es su habilidad
para encarnar el estereotipo del rockero angustiado que rememora su
adolescencia con el dolor del trauma, algo poderoso habrá en ese estereotipo
como para que miles de adolescentes imiten esa figura al conformar su vida o se
identifiquen con ella. Eddie Vedder es sin duda la encarnación de eso mismo. Y,
sin embargo, a pesar de ser un producto pre-fabricado -o gracias a ello- Pearl
no dejó de ser uno de los grupos más admirados de la corriente grunge y
alternativa.
Sospecho que el atractivo de Eddie Vedder radica en su
forzada rebeldía, en la ira que demuestra frente a las cosas que lo enojan y la
ternura con que ama a otras; esa volubilidad sujeta a las emociones parece ser
un fenómeno definitivamente ligado a la adolescencia. Y eso se comprueba en la
forma en que Eddie Vedder le otorgó esa diferencia específica a Pearl Jam,
tanto musicalmente como en lo que concierne a la actitud del grupo.
Todos conocemos la historia de la formación de Pearl Jam:
Jeff Ament y Stone Gossard tenían una banda y componen tres canciones que
graban en un cassette. Buscando un vocalista, envían una copia a un joven que
su amigo Jack Irons les había recomendado. Eddie Vedder no tarda en poner letra
a las canciones y surge así lo que luego se conocerá como la Mini-Ópera
“Momma-Son”, compuesta por las luego tituladas “Alive”, “Once” y “Footsteps”. Lo
que no muchos sabemos –yo recién me enteré la anterior semana- es que Eddie tenía
una cuarta canción para esta mini-ópera. Eddie tenía una banda con la que ya
tocaba “Better man” en una versión bastante más simple y cruda (como hecha para
que un hipster diga que a él le
gustaba antes de que se hiciera famosa con Pearl Jam). La banda, Bad Radio,
solía interpretar una versión sumamente parecida a la que yo conozco de “Better
man” y, en su mayor parte, la letra quedó intacta. Yo especulo y pienso que “Better
man” fue la primera canción de Pearl Jam, aunque lo fuera, como se dice, avant-la-lettre.
“Better man”, entonces, sería algo así como la negación
de la mini-ópera. Al quedar la canción luego incluida en el Vitalogy, excluida de la mini-ópera,
conforma una condición de posibilidad evanescente, una suerte de condición de
(im)posibilidad que al mismo tiempo que da lugar a algo, está excluido por ese
algo pero lo explica totalmente. “Better man” podría dar la clave de la
mini-ópera en la medida en que es la canción que pone en escena la relación
nuclear que dio lugar al resto de canciones. En otras palabras, lo que encuentro
en la letra de “Better man” es lo que luego conducirá al joven protagonista de
la mini-ópera a asesinar a mujeres con desenfreno y a terminar en la cárcel
recordando a la responsable de todo, su madre: “Footsteps in the hall / it was
you, it was you”[4].
Y
más adelante: “If there’s something you’d like to do / Please let me continue
to blame you” [5].
La descripción de la relación con la madre, en la medida
en que es necesaria para explicar un comportamiento –como en la relación entre
el asesino de niños Adam Lanza y su madre-, debe tener que ver con la forma en
que se concibe la normalidad. No se puede postular que la obsesión con las
relaciones entre madre e hijo obedece tan solo a construcciones mitológicas o a
acusaciones estereotipadas. En todo y cualquier caso, la construcción de una
historia que legitime el infierno de la culpa del homicidio debe ser siempre
suficiente como para permitirnos vivir la vida girando en torno a él (para
recordar siempre la consecuencia del asesinato como un producto o efecto de la
causalidad materna).
Ésa es la función del ritual en la antropología de la
religión girardiana: es lo que intenta repetir lo que el mito cuenta para que
las cosas permanezcan idénticas y para que la crisis no sobrevenga. El ritual
previene la repetición de lo que se teme, al repetirlo de forma idéntica pero
con una diferencia. Es como cuando nos
decimos que lo peor va a ocurrir esperando que ocurra algo bueno; es como decir
que nos vamos a accidentar y morir para que justamente eso no ocurra. El ritual
reproduce la crisis mimética para conjurarla, para que no vuelva a ocurrir: el
ritual conjura lo que invoca. En este sentido, se puede decir que el ritual
evoca el trauma de las sociedades primitivas: el trauma es, obviamente, la
crisis mimética, el momento en que las diferencias culturales se anulan.
***
Waiting, watching the clock
It’s four o’clock, it’s got to stop
Tell him, to take no more,
She practices her speech as he opens the
door
She rolls over, pretends to sleep as he
looks her over[6]
La intimidad desde la cual recuerda la voz narrativa es
la del niño que percibe todo lo que ocurre en el cuarto contiguo al de la
madre, el niño que escucha las discusiones entre padres, el niño que está en la
entrada de la adolescencia, el momento en el que se cree seguir siendo niño a pesar
de que todas las señales dicen lo contrario. Una ambigüedad fundamental permea
toda esta primera parte de la letra. El narrador parece describir la situación
de quien luego sabremos que es la madre: es ella la que espera, la que mira el
reloj. Sin embargo, cuando llegan las órdenes o los deseos, ya no sabemos si es
el niño el que desea o es el narrador que, poniéndose en el lugar de la madre,
expresa lo que supone que ella desea. Imaginamos que ambas figuras son
equivalentes: el deseo de la madre es imitado por el niño; el supuesto deseo de
la madre, aquello que intriga al niño, es lo que él quiere expresar. Así, lo
que el narrador imagina como deseo de la madre debe ser también el deseo del
niño, pues el niño proyecta su deseo, o mejor, imita su deseo del deseo de la
madre. La madre llora; eso significa que está triste; quien la pone triste debe
ser el hombre al que espera; se puede concluir -con el niño- que lo que desea
la madre es que el hombre se vaya, que deje de hacerla sufrir. Cuando el
narrador dice que la situación debe parar, “it’s got to stop”, se lo hace decir
a ella, como si ella misma se dijera que eso es lo que debe hacer.
La posición narrativa dentro del ámbito de la intimidad
familiar y de la relación bi-unívoca entre madre e hijo aparece también en
“Alive”, la primera canción que compone la mini-ópera. El memorable “Son, she
said” que abre la canción nos introduce directamente a la relación madre e hijo
que, también en “Better man”, se hace sentir desde un principio. Lo que resulta
interesante de la diferencia entre ambas canciones es el desplazamiento en la
relación con la madre: en “Alive”, la intervención directa de ella hace que el
hijo sienta ira contra el padre que nunca estuvo; el padre que, como una
primera mala elección de la madre, los abandonó propiciando la aparición del
padre “falso” (o el padre reemplazante). Ahora que el padre real ha muerto, la
venganza se debe ejercer contra él: yo sigo vivo a diferencia de ti que acabas
de morir. La ira, entendemos, se dirige al obstáculo que oblitera y altera para
siempre la relación con la madre: la mentira es el núcleo de un melodrama
familiar que podríamos encontrar en cualquier telenovela mexicana (sin
menospreciar los melodramas que éstas retratan). La queja del hijo, la
acusación en contra de la madre, queda clara en el puente de la canción: “¿Hay
algo malo? –dice ella. -Claro que lo hay. –Sigues vivo –dice ella. –Sí, pero,
¿merezco estarlo? Es esa la pregunta. Y si es así, ¿quién contesta?” La madre
enciende en el hijo la crisis que lo desplaza simbólicamente: de pronto
bastardo y sin padre, el hijo se tiene por víctima de todos, sobre todo de
quienes él amaba más hasta hace poco, la madre y el supuesto padre.
Esa sensación de expulsión o de traición en nombre de
algo que también se detesta y contra lo cual uno se venga impotentemente es
fundamental en nuestra reflexión. Primero, porque nos parece que explica la
evolución del narrador-personaje tal como lo imagina Eddie Vedder. Segundo,
porque esa evolución es uno de los lugares comunes de la historia del rock, de
las letras que escenifican a un adolescente en conflicto y que corre el riesgo
de entregarse a los peores crímenes o a rachas de autodestrucción que pueden
culminar con el suicidio. Desde un clásico tan imponente como The Wall de Pink Floyd a una de las
canciones más representativas de la composición progresiva más pop como
“Bohemian rhapsody” de Queen, la fantasía del adolescente descarriado y maldito
tiende a fijar su causa en la madre o al menos a concentrar en ella parte de la
responsabilidad.
Me pregunto a esta altura si tales acusaciones son verosímiles
o si son más bien la excusa persecutoria para disponer de un chivo expiatorio
al cual sacrificar en nombre de los crímenes de otro. Podríamos postular que,
al modo adolescente, lo que está en juego en ese odio de la madre o en esa
acusación contra la madre es el desprecio de uno mismo. Se trata de un momento
en el que el “hipermimetismo” nos conmina a buscar modelos que ya no son los
del hogar y que hacen que, al vernos rechazados por nuestro nuevo modelo (en la
medida en que nuestro modelo está fuera de nuestro ámbito de cercanía, de
nuestro pequeño mundo cerrado), nos odiemos y odiemos todo lo que nos ama y
quiere. Ésta es la forma en que Girard deconstruye y explica lo que normalmente
llamamos masoquismo (y que él
descarta como concepto innecesario y más bien oscurantista para describir un
único y mismo funcionamiento del deseo). Algo similar ocurriría con el origen
nacional o el origen provinciano de la persona: a medida que me acerco a lo que
no soy (la vida anónima de la gran ciudad), más desprecio lo que soy porque
creo que es responsable del rechazo que experimento.
Ese odio y esa ira contra lo que es uno mismo y contra lo
que más lo quiere a uno se parece mucho al sadismo
–otro de los términos que Girard descarta como mistificador. La violencia que
uno ejerce contra aquello que a uno lo quiere, ama o adora es parte de una
respuesta ante el desprecio que imaginamos que aquel a quien adoramos y
queremos imitar siente hacia nosotros. Así, si Lacan tiene razón, ese sadismo
se dice también de un posicionamiento en el lugar de la víctima: es el sádico
el que se sacrifica para satisfacer el deseo del Otro, para transformarse él
mismo en objeto del goce del Otro. El sadismo contra la madre sería el deseo de
volverse uno aquél que la completa y que le quita su completitud a la vez. El
hijo como potencial venganza y falta de la madre es lo que constituye la
completitud de una madre que antes era completa: más fuerte, más segura, más
valiente. El hijo se postula como héroe para la madre y cuando descubre que
ella no lo necesita, desea vengarse. Esa venganza constituye el gesto sádico
por excelencia. La venganza para con los seres que lo quieren a uno, como en el
caso de la madre, se da en la expresión más pura de la individualidad
diferenciada de la persona: en su arte. La obra es la venganza última con
respecto a la madre: en el caso de Vedder, sus letras; en el caso del personaje
de las canciones de la mini-ópera, los homicidios; en el caso de Pink, el
gobierno fascista. Las obras parecen dirigirse en contra de ese obstáculo
vergonzoso que impidió que nos acercáramos al modelo.
Vuelvo ahora a “Better man”. En los dos últimos versos de
la primera estrofa de la canción, el narrador regresa a la tercera persona que
desde la intimidad del cuarto contiguo atestigua los sucesos. Ella practica lo
que debe decir y nunca es capaz de decirle a ese hombre que de aquí en adelante
aparece, no tanto como el puro antagonista del deseo de la madre y del hijo,
sino como una especie de resto exterior indiferente a la relación
bi-direccional del hijo y la madre. Es importante ver la indiferencia de este
tercero para los involucrados en el mimetismo del deseo: al final, el lugar
simbólico de ese padre –biológico o no- es indiferente a la conformación
idílica de un mundo de transmisión directa de los deseos. La simbiosis entre la
madre y el hijo solo encuentra obstáculos externos indiferentes, esto es, sin
identidad plena: un mejor hombre podría ser cualquiera menos el que ahora es el
hombre peor.
Uno, en tanto que hombre, jamás percibe la relación
filial desde el lado de la madre; la madre queda para siempre como una
incógnita. Como un impulso adolescente, uno siempre puede tender a despreciar
muchos rasgos de la madre que luego sabrá apreciar, pero el carácter mismo de
la madre desde su verdad de mujer, externa a la relación materna queda por
siempre excluida de toda percepción posible. La madre, a diferencia de
muchísimas mujeres –en la cabeza de cualquier adolescente-, no puede ser
reducida a puta. Sin embargo, la madre tampoco podría ser concebida como La
Mujer, es decir, como el ideal de lo que se busca en una mujer en tanto que
representante del universal femenino que se desea. Ambos horizontes o polos de
percepción de la madre son resueltos por la ley del padre, es la prohibición la
que “normaliza” la situación del deseo para hacerlo accesible a la alteridad
del pequeño otro, el otro que es nuestro prójimo.
El psicoanálisis le dedica unas cuantas consideraciones a
esa incógnita eterna del sujeto deseante: ¿cuál es el deseo de la madre? El
deseo de la madre se impone al hijo, nos dice Lacan. Está claro que debe
presentar todo esto en términos de lingüística y matemática porque sabemos que
el psicoanálisis se construyó como un saber médico y en cuanto tal debe tener
un contenido esotérico. Sin embargo, según entiendo, lo que está en juego aquí
es la forma en que el hijo imita el deseo de la madre. Subrayo el hecho de que
la imitación se diga del deseo y no necesariamente de la madre (aunque muy
probablemente ambas cosas vayan de la mano). En efecto, el deseo de la madre
aparece como una sustancia indiferenciada e incontrolable, algo que no está
sujeto a la ley paterna y que se comporta de la forma más caprichosa y
arbitraria, al modo de las exigencias del superyó.
Talking
to herself
There’s no one else who needs to know,
She tells herself
Memories back when she was bold and
strong
And waiting for the world to
Come along,
Al parecer de Zizek, el sueño americano constituye
familias así: es el padre ausente el que configura la demanda infinita de la
madre sobreprotectora. Al mismo tiempo, la imitación del deseo de la madre, es
decir, el hecho de tener a la madre como modelo de nuestro deseo también nos la
impone como rival. El obstáculo siempre absorbe las dos dimensiones de la
adoración y el odio. Es curioso que el filósofo esloveno hiciera esa afirmación
cuando hoy define como uno de los principales medios ideológicos el de la
concentración acusatoria en un agente (como la madre soltera) por todos los
males de la sociedad. Reconocemos en lo que Zizek designa como ideología la
figura de la unanimidad violenta sobre un chivo expiatorio tal como la describe
Girard. Y es que habría que imaginar el proceso de unanimidad y de polarización
de la violencia sobre una única figura en términos psicoanalíticos y político-ideológicos.
En efecto, en un principio, se nos promete el programa de una integración
armónica de la totalidad social con la garantía de avances tecnológicos y sin
los antagonismos propios de la modernización (competencia generalizada,
división en clases, etc.). Este sueño es lo que, para Zizek, constituye la
falacia fascista. La promesa de ese programa político implica necesariamente
una decepción en la que la rivalidad entre los ciudadanos crece bajo la certeza
de que, a pesar de los esfuerzos de cada quien, las cosas no mejoran en
absoluto. Si el objeto del deseo de todos, es decir, del objeto mimético, es la
consecución del progreso y la armonía social, entonces, el obstáculo que impide
conseguir ese objeto debe ser visto como la razón por la que todo anda mal. Ese
obstáculo, entonces, para usar la terminología exacta, nos “escandaliza” y
concentra nuestro odio. Como muestra Zizek ese odio se dice del fantaseo constante
sobre el modo en que goza aquél a quien percibimos como el obstáculo o como el
que impide realizar el programa político capaz de resolver todos los problemas.
Entonces, la figura que concentra los odios de ese modo (como las brujas que se
creía participaban de orgías con Satán) es cargada con la ambivalencia propia
de lo sagrado/sacrificial: por un lado es supremamente buena y, por otro, es
netamente malvada. Es culpa suya que la sociedad no esté en armonía y ese poder
que tiene la hace especialmente peligrosa; pero ese poder es al mismo tiempo lo
que la hace pasible de una divinización a
posteriori.
La figura de la madre soltera, es Zizek el que lo
muestra, puede ejercer esa función de chivo expiatorio en una sociedad como la
norteamericana: es ella la incapaz de dar una buena educación y crianza a sus
hijos, generando de ese modo el crimen, la violencia, la delincuencia, etc.
Proyectar toda la culpa en una agente concreto es, entonces, un procedimiento
ideológico (es decir, mentiroso) y persecutorio (es decir, mitológico). Sin
embargo, parecería que esa figura de la madre soltera como aquella que engendra
a los psicópatas o como la que es responsable de los hijos cuyas vidas sexuales
son un fracaso forma parte de nuestra mitología popular.
Este dilema es el que nos parece estar contenido en una
canción como “Better man”. Efectivamente, si uno se concentra en la segunda
estrofa del verse, se puede notar
cómo la voz poética o narrativa rememora en nombre de la madre el pasado
glorioso en el que ella no se dejaba manipular por nadie. Ese recuerdo remite
necesariamente a un espacio imaginario, fantasmático, para la voz narrativa: el
hijo no puede haber conocido la vida de la madre antes de que él viniera al
mundo. Esa vida que imagina, por lo tanto, está construida por su deseo sobre
la madre. Este deseo, nos parece, es el de una persona que se ha vuelto una
víctima cuando antes era una persona “valiente y fuerte”. Ese pasaje al estado
de víctima se dio a causa del hombre con quien ahora la madre parece estar
obsesionada. Esto me da un indicio que abre la vía interpretativa a otro
horizonte: si el narrador odia que la madre haya traicionado su anterior vida
(a la que él solo puede tener acceso de forma imaginaria, es decir,
idealizada), entonces debe sentir que, primero, su misión es la de rescatar a
esa madre del lío en el que se ha metido y, segundo, que lo que más le molesta
y perturba de su relación con ella es la “libertad” y arbitrariedad de su deseo.
Lo que saca de quicio al joven adolescente sería el carácter impredecible de lo
que la madre puede desear incluso y sobre todo cuando todo parece indicar que
lo desea a pesar suyo. En términos lacanianos, lo que parece obsesionar al
joven narrador es el deseo de la madre.
Veamos un poco lo primero. Si al niño le molesta que la
madre haya pervertido su forma de ser en función de un hombre, lo que él desea
es rescatarla de esa situación. Sin embargo, el tono de decepción que gobierna
el último verso del segundo verse, la
certeza de que ella no puede dejar de lado a ese hombre a pesar de que se jure
a sí misma que ya lo sabía y que era consciente del daño que se causaba; esa
certeza de que ella sabe lo que hace y aun así goza en el dolor que ella misma
se inflige, eso es lo que saca de quicio al narrador. En efecto, el coro
insiste en la incapacidad de la madre para salir de esa situación. Como si
fuera ella la que, con conocimiento de causa, deseara esa situación: es como si
el obstáculo principal para su liberación fuera ella misma y el gusto que ha
adquirido al verse en tal situación. Esto es lo que encoleriza al narrador, lo
que le indigna, lo que lo mueve a denunciar la situación en una canción que
acusa y señala a la madre como principal culpable.
Una vez más, retomamos una figura que Zizek describe: la
mujer descarriada que desea intensamente llevar esa vida y se resiste a ser
liberada. Esa resistencia es la que obliga al libertador (en este caso el hijo)
a ejercer cierta violencia en contra de la madre: debe violentarla para que
reaccione. A esta altura de la situación, nos parece, la madre ya ejerce
plenamente el papel de obstáculo para el objeto de deseo del hijo (su deseo
sería, entonces, liberarla de las garras de este hombre al que la ha conducido
su deseo incontrolable y ciego). Sabemos del destino del rival en la teoría
mimética: primero es modelo de deseo, luego es obstáculo, al final se hace
doble universal e indiferenciado, por lo que su muerte, la violencia que se
ejerce contra él, es la violencia que se ejerce contra uno mismo. Del mismo
modo, la violencia que se ejerce contra uno mismo, deberá resultar en la
violencia que se ejerce contra el doble rival. Sujeto y doble(s) se hacen,
entonces, confundibles e idénticos. No en vano, el narrador, desde un
principio, parece ser la madre misma pues nos cuenta de sus movimientos internos,
de sus pensamientos, de lo que siente y de la escena fantasmática que el hijo
nunca podrá vivir. El hijo parece confundirse con la madre al saber exactamente
lo que piensa y lo que desea, es decir, al ponerse en su exacto y mismísimo
lugar.
She lies and says she’s in love with him
Can’t find a better man
She dreams in color, she dreams in red
Can’t find a better man
She lies and says she still loves him
Can’t find a better man.[8]
Sin duda, la prueba más fehaciente de la indiferenciación
entre el hijo y la madre y, sobre todo, entre sus deseos, es el coro. La
indiferenciación se da como la pérdida de diferencias entre los pensamientos
que pertenecen a la madre y los que pertenecen al hijo. Si el narrador sabe que
ella miente al decir que ama al hombre que el narrador odia es porque el
narrador es consciente de esa mentira. Sabemos que ese tipo de auto engaños es
la cosa más íntima que puede ocultar una persona. Si alguien dice algo tan significativo
como que ama a alguien y eso que dice puede ser desmentido, entonces, aquel que
desenmascara la mentira debe conocer mejor que la persona misma la “verdad” de
su deseo. Desmentir esa aserción es el privilegio de quien conoce tan bien a la
madre que puede ponerse en el lugar de ella para enunciar lo que ella realmente
quiere decir cuando dice algo.
She loved him,
She don’t want to leave this way,
She feeds him,
That’s why she’ll be back again[9].
Como en el psicoanálisis cuando el sujeto se identifica
plenamente con el superyó, en la teoría mimética es el modelo/obstáculo el que
ingresa en el ámbito del sujeto para desintegrarlo e indiferenciarlo. En ambos
casos, el resultado es similar, se tiene la necesidad de matar a todos y a uno
mismo; se trata del momento de la indiferenciación total de los dobles, de la
integración con la ley simbólica sin la distancia obscena que ofrece un alivio
a los actos.
Es este instinto asesino que surge como reacción
impotente y violenta ante la obstaculización invencible lo que, me parece,
hacía tan atractiva, para Eddie Vedder, la figura del desadaptado. Al sentir la
cercanía de la marginalidad, al ver esa marginalidad como el lugar donde se
expresaba la misma impotencia que la del joven de “Better man”, Eddie encontró
una matriz que no dejará de explotar en muchas canciones del primer Pearl Jam.
Pienso en lo que se nos cuenta en “Jeremy”, por ejemplo, o en “Why go”: en
ambos casos, la culpa de la situación de marginalidad y exclusión de los
personajes se debe a la acción de los padres, resentimiento que no tarda en
difuminarse y extenderse a toda la sociedad en abstracto.
Como sugiere la interpretación de Stephen Daedalus en el Ulises de Joyce, el rey Hamlet es en
realidad Shakespeare que viene a imponer en el hijo el deseo de controlar el
deseo de la madre. La madre y las amantes se confunden así. De manera similar,
las amantes se vuelven rivales de una madre sobreprotectora y la indiferenciación
parece completarse para preparar el camino hacia el homicidio de mujeres. Me
parece que son esos los homicidios que luego aparecen en “Once”.
[1] “Eres una gran inspiración para las
formas que yo nunca escogería ser”.
[2] “Madre, lo he intentado /
desperdiciando mi vida”.
[3] “Madre, ¿debería levantar un muro?
[…] Uuuuuuuuuh, nene, / claro que mamá te ayudará a levantar el muro”.
[4]
“Pasos en la sala / eras tú, fuiste tú”.
[5] “Si
hay algo que quieras hacer / por favor deja que siga culpándote”.
[6] “Esperando, mirando el reloj / son
las cuatro, esto debe parar / dile que ya no se lleve más (que ya no tarde más)
/ ella practica su discurso mientras él abre la puerta / ella se da vuelta,
finge dormir mientras él la mira”.
[7] “Hablando / consigo misma / no hay
nadie más que tenga que saberlo, / se dice a sí misma / recuerdos de cuando era
valiente y fuerte / y esperaba que el mundo / se le viniera encima / jura que
lo sabía, y ahora jura que él se ha
ido”.
[8] “Ella miente y dice que está
enamorada de él / no puede encontrar un hombre mejor / ella sueña en color,
ella sueña en rojo / … / ella miente y dice que todavía lo ama / …”.
[9] “Ella lo amaba / ella no quiere dejarlo
de ese modo / ella lo alimenta / es por eso que ella volverá”.
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