El don y la
presencia
Con Los presentes de la muerte,
Miguel Alejandro Valerio (República Dominicana, 1985) obtuvo el I Premio
Interuniversitario de Poesía de Editorial Paroxismo. Ya desde el título, tan
rico como sugerente, que presenta la muerte, cualquier muerte, como un don y, a
la vez, como una actualización de la experiencia fundadora de la angustia
existencial, este libro trata de una vida siempre íntima y a veces recóndita, agazapada
en el pasado. Un yo encarnado bucea en las aguas turbias de la infancia en busca de los dones
de la muerte y las existencias que, entrelazadas, derraman una música en sordina,
para emerger en un presente marcado por el tiempo que huye: “nunca
regresa al espejo el mismo hombre”, afirma Valerio, reescribiendo la célebre sentencia
de Heráclito, para después detenerse en esos “rostros que jamás volveremos a
ver”.
La muerte, en efecto, es un don y una presencia; la presencia y la dádiva
misma de la vida. La muerte es una serie de tiempos implacables y presentes,
porque “el que muere no es el muerto, sino el que le sobrevive” (Jaime Sáenz).
La muerte de seres queridos, la muerte de la inocencia, la muerte de Dios. Con elegante contención y lucidez, la
escritura de Valerio se hace errancia por “las mil y una noches sin
electricidad de [la] niñez”, en busca de alguna luz que no sea la de la muerte.
Un viaje paralelo al de la vida, sin otra posesión que la memoria –“el
verdadero equipaje”–. Una escritura que, en ciertos poemas, se hace lúdica, recordándonos
que toda escritura es solo un juego ante la muerte. Un juego que, en un
perpetuo hacerse y deshacerse, no puede tener fin, pues la muerte acecha, los
brazos llenos de presentes. Porque –como escribe el poeta de forma
admirable– “la niñez es un juego / dejado a medias / para siempre” y
“también la vida / padre Shakespeare / es un país del cual no se vuelve”.
Libro terriblemente unitario, de una coherencia sobrecogedora, despojado de
titubeos juveniles y de modas, Los presentes
de la muerte nos ofrece el don y la presencia de una voz madura, medida y próxima,
no pocas veces emocionante.
Guillermo Ruiz
Plaza
Los presentes de la muerte
"siempre tiene más memoria el dolor que la alegría"
(Manuel del
Cabral)
Cómo hablar
después de la muerte
sino con
el silencio de la muerte
Cómo tocar después de la muerte
sino con
los ojos de la muerte
Cómo
caminar después de la muerte
sino con
el paso de la muerte
Cómo
dormir después de la muerte
sino con
el vacío de la muerte
Cómo
creer después de la muerte
sino con
la fe de la muerte
Mi turno
En este
juego
que jugamos
Señor
que
gane el mejor
tú o yo
pero
nunca
los dos
Último poema a mi madre
Mientras
te pudres a solas
No quiero
dignarte con mi ira
Por tu
bien y por el mío
Te deseo
el descanso eterno
No me
dolerá tu muerte
No me
amputarás el aliento
No me
amputarás el verso
Mi canto
está hecho de dolor
nostos
"La
nostalgie c’est le mal d’exil;
et le
mal de retour c’est la déception."
(Vladimir Jankélévitch)
he vuelto
(después
de cinco años
por
otras tierras)
a
otro aeropuerto
otra
ciudad
otro
barrio
otra
calle
otro
patio
otra
casa
otra
familia
a
reencontrarme
con
parientes
y
amigos
desconocidos
a
enterarme
que
no hice falta
que
el reloj
sólo
se detuvo para mí
cuando
el avión despegó
(aquella
mañana lluviosa
de
agosto)
que
la vida
siguió
adelante
sin
mí
como
si nadie
se
hubiera percatado
del
hecho
de
que mi voz
ya
no ocupaba
los
pasillos de la tarde
como
si nadie
se
hubiera dado cuenta
que
no iba a la escuela
como
si nadie
hubiera
notado mi ausencia
sentada
en la silla vacía
del
comedor
como
si mi octava porción
de
sueño
en
el lecho fraternal
no
hubiera echado de menos
el
calor de mi cuerpo
como
si nadie
hubiera
tenido tiempo
para
esperar
que
yo volviera
para
quitar la mesa
o
arreglar la cama
o
terminar el juego
he
vuelto
sólo ponerme al tanto
de
que soy un anacronismo:
la
niñez
es
un juego
dejado
a medias
para
siempre
Poemas
de Miguel Valerio
2 comentarios:
Gracias, Guicho, por tu generosa estimación de Los presentes de la murte
Gracias a vos, querido Miguel, por los dones y la presencia de la poesía.
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