sábado, 5 de noviembre de 2011

Los "Dichos" de Rafael Cadenas


Estoy leyendo la Obra entera, poesía y prosa (México, 2009, Fondo de cultura económica) del escritor venezolano  Rafael Cadenas (1930). Una de las últimas secciones, titulada “Dichos”, presenta una serie de aforismos poéticos y prosaicos –o que se sitúan en una frontera viva entre los dos registros–, pero también anotaciones filosóficas al modo nietzscheano. Todos éstos se eslabonan de modo sutil, creando así la sensación de fragmentariedad y, a la vez, de formación coherente de un pensamiento lúcido y, por eso, a veces marginal. No pude resistir a la tentación de seleccionar los que, a mi ver, son imprescindibles. Que los disfruten.

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                                             DICHOS


             Vivir en el misterio: frase redundante.

            ¿Sublimar? ¿Sublimar qué, la vida?
            ¡Qué pretensión!

            En las universidades existe siempre el peligro de que la literatura deje de ser lo que es –la manera más entrañable del habla– para volverse objeto de estudio, algo que será viviseccionado en lugar de ser vivido.

            La alegría que viene del hecho de ser es más profunda que la tristeza, pero ésta tiene prestigio de profundidad.

            Todo el enorme, indispensable y asombroso conocimiento humano está erigido sobre una ignorancia fundamental.

            Corre por la filosofía la negación de la filosofía, por la literatura la negación de la literatura, por la historia la negación de la historia. El pensamiento desmonta sus propias construcciones. ¿Para volver a la vida o para levantar otras?

            Quien no busca, es.

            Lo que no cede ni cederá jamás al asedio del pensamiento nos constituye, nos impregna, nos traspasa.

            No somos la fuente de nuestro vivir, pero por nosotros pasan las aguas.

            Ningún viento puede apagar la llama que en nada se apoya.

            Realidad, lo que tomamos por ti, nosotros lo pusimos.

            Ponerse al compás de la época significa hoy no ser de ninguna época.

            Aceptar la idea de nación es aceptar la idea de guerra.

            Hemos convertido el vivir en una fuga de la llama que es el vivir.

            No estamos contentos con la vida de los sentidos; no nos colma el despliegue del universo en ellos, este continuo centellear, pues no nos quedamos ahí.

            La esfinge siempre nos cita.

            Casi todas las místicas se fundan en la negación de lo que existe. ¿No es posible una “espiritualidad terrena”? Yo me niego a aceptar que la “creación” sea mala o simple peldaño hacia otro mundo o lugar de purgación.
            Este presente lo es todo.

            Hemos empleado vanamente la inteligencia en la tarea de explicar el esplendor. No nos interesa sentirlo. Estamos un poco muertos. Entonces nos damos a buscar “sensaciones nuevas”. Como si el mundo no estuviera siempre haciendo eclosión frente a nosotros.

            Lo inmediato, esa cima.


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