domingo, 6 de noviembre de 2011

A la luz del invierno, Philippe Jacottet


Phillippe Jacottet, poeta suizo de lengua francesa nacido en 1925, es, en la línea de Yves Bonnefoy, un poeta lírico y a la vez discreto, en cuya voz la emoción y el pensamiento no se excluyen, sino que se anudan y desanudan de forma problemática en una búsqueda incesante de lo real. Signada tanto por lo trágico como por la busca de la esperanza, es una poesía que desconfía de la profusión verbal y la metáfora gratuita. A la luz del invierno (1977) es un libro clave del suizo, en que la elegía por la muerte de sus padres y la superación del duelo ponen a prueba el lenguaje poético. 


LECCIONES

No el primer golpe, el primer destello
del dolor: que sea así derribado
el señor de la casa, el semen,
que el buen amo sea así castigado,
que asemeje un niño enclenque
en la cama otra vez demasiado grande,
niño sin el socorro del llanto,
sin socorro adonde se vuelva,
arrinconado, clavado, vaciado.

Ya casi no pesa nada.

La tierra que nos llevaba tiembla.

*

Un estupor
nacía en sus ojos: que eso fuera
posible. Una tristeza también,
vasta como lo que se le abalanzaba,
que rompía las barreras de su vida,
verdes, llenas de pájaros.

Él que siempre había amado su interior, sus paredes,
él que guardaba las llaves de casa.

*

Ya no es él.
Soplo arrancado: irreconocible.

Cadáver. Un meteoro nos resulta menos distante.

Que se lleven eso.

Un hombre –ese azar aéreo,
más granizo bajo el rayo que insecto de vidrio y tul,
esa roca de refunfuñante bondad y sonrisa,
ese limo cada vez más pesado conforme los trabajos, los recuerdos–,
arrancadle el aliento: podredumbre.

¿Quién se venga, y de qué, con este escupitajo?

Ah, que limpien este lugar.


HABLAR

6
Habría querido hablar sin imágenes, simplemente
empujar la puerta…
                                    Demasiado miedo
para eso, incertidumbre, a veces piedad:
no se vive por mucho tiempo como los pájaros
en la evidencia del cielo,
                                           y al recaer en la tierra
ya no se ve en ellos justamente sino imágenes
o sueños.

8
Desgarra esas sombras como trapos,
andrajoso, falso mendigo, seductor de sudarios:
es una vergüenza imitar la muerte a distancia,
sentir miedo a tiempo basta. Ahora
vístete con el pelaje del sol y sal
como un cazador contra el viento, cruza
como veloz agua fresca tu vida.

Si sintieras menos temor
no harías ya sombra a tus pasos.

9
(A veces te arrancaría la lengua,
charlatán sentencioso. Pero mírate de una vez
en el espejo que blanden las brujas: boca
de oro, fuente tanto tiempo orgullosa de tus sonoros
prodigios, ya no eres más que una cloaca babosa.)

 A LA LUZ DEL INVIERNO

II
Invierno, de noche:
                        a veces, entonces, el espacio
asemeja un cuarto de madera
con azules cortinas cada vez más sombrías
donde se gastan los últimos reflejos del fuego,
y la nieve se enciende contra el muro
como una lámpara fría.

¿O será ya la luna que, al elevarse,
se quita el polvo
y el vaho de nuestras bocas?

*

Fieles ojos cada vez más débiles hasta
que los míos se cierren, y después, el espacio
como un abanico pintado del cual no quedaría sino
un frágil mango de hueso, un trazo helado
sólo para los ojos sin párpados de otros astros.


A la luz del invierno, de Philippe Jacottet, versión de Guillermo-Augusto Ruiz.

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