Reseña
y entrevista sobre Billie Ruth
por
Guillermo Ruiz Plaza
Billie
Ruth (Páginas
de espuma/Nuevo Milenio, 2012) es sin duda el mejor
volumen de relatos que Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) ha publicado hasta
el momento, pues conjuga a la vez su pericia narrativa, decantada por décadas
de experiencia, y una búsqueda más personal que en sus obras anteriores –Las máscaras de la nada (1990), cuentos
y microrrelatos de estirpe borgiana; y Amores
imperfectos (1998)–. Esta búsqueda es efectiva en la medida en que las vivencias
personales –infancia, adolescencia, juventud– son recuperadas, sin tapujos ni
disfraces, en toda su desasosegante desnudez. Cuentos como “Roby”, “Volvo” o
“Billie Ruth” demuestran de forma brillante la hibridez constitutiva de la
narración literaria, ya que “toda ficción es autobiográfica; toda autobiografía,
ficticia” (Roland Barthes). Pero no es solo eso. Casi todos los relatos del
libro nos entregan a la vez personajes profundos y tramas que agarran; lo cual,
como todo cuentista sabe, no es nada fácil, pues implica la reconciliación de
dos tradiciones distintas e incluso antagónicas. Este volumen lo logra en
piezas maestras como “Billie Ruth”, en que la pintura descarnada y sutil del
personaje no va en desmedro de la trama, pues la estructura circular y el final
mordaz nos descubren el revés de la historia y la prolongan más allá del punto
final por el descubrimiento de un aspecto inesperado de la psicología del
narrador protagonista. En otros términos, aquí, “la punta del iceberg”
(Hemingway) no solo potencia en el plano semántico la intriga, la historia en
sí, sino también la psicología de los personajes, de manera que ambos planos
convergen, indisociables, en el tejido narrativo. El libro también se alimenta de
voces y vivencias ajenas, como en el magnífico “Srebrenica”, en que la anécdota
contada por una amiga del autor se convierte en un cuento autobiográfico en
primera persona, tan íntimo como sobrecogedor, sobre un viaje iniciático donde
Eros (la relación sexual y amorosa con otra mujer) y Thanatos (las fosas
comunes en Bosnia, el hedor ubicuo del amoníaco) la pelean a pulso hasta
transformar a la narradora en otra o, quizá, en lo
que siempre ha sido sin acabar de aceptarlo. Por lo demás, el final de este
cuento me parece ejemplar por cómo entrelaza, de forma lapidaria, lo
psicológico y la epifanía tan cara al relato clásico. En cuanto a la temática
de la violencia, que hila estas historias tan distintas entre sí, no puede
leerse sin tomar en cuenta la realidad mundial, en general, y la cotidianeidad
en Estados Unidos, en particular, donde ocurre una matanza sanguinaria cada
cierto tiempo. En ese sentido, “Como la vida misma”, gracias a una estructura
polifónica que, conforme avanza el relato, se va haciendo deliberadamente caótica,
logra vehicular la idea de la violencia como algo oscuro, incomprensible. Por
ejemplo, lo sucedido en Connecticut hace unas semanas… ¿se puede llegar a
alguna conclusión sobre ese acto?, ¿se puede, no ya justificar, sino tan solo
explicar tal crueldad? Este cuento termina con una interrogación por parte de
uno de los testigos del crimen –“¿Llegó a alguna conclusión?”– y se dirige al
periodista o al escritor que reúne los testimonios, pero también, desde luego, al lector. Es
una pregunta retórica, burlona, que sugiere que los argumentos y los
tópicos se quedan cortos frente a ese tipo de violencia que parece imposible y que,
sin embargo, está ahí. A diario. Basta con encender la
televisión o conectarse a Internet. En Estados Unidos, en Siria, en Gaza, en
Mali. La lista es inacabable. Imposible y, sin embargo, ahí. Como en Bosnia,
hace unos lustros. Ese es también, me parece, el alcance de la violencia en Billie Ruth, el de la violencia
presente, pasada o bien inminente, inminente como en los sugestivos finales de
“El acantilado” o “Roby”. Violencia histórica o anecdótica traducida en
historias mínimas, óseas. De ahí que la prosa en Billie Ruth, reacia a cualquier remanso, sea nerviosa, tensa,
raquítica. Se puede palpar casi el desasosiego de los personajes en el tejido
mismo de los párrafos. En efecto, ¿cómo traducir la violencia y la desazón
contemporáneas sin una prosa áspera, que rehúya toda asonancia, todo reposo
narrativo, toda imagen ornamental, toda armonía? Billie Ruth lo logra en sus mejores momentos, con su ritmo
entrecortado, seco, sus voces directas y desnudas. No es de extrañar que allí
también, en la textura de la prosa, resida la unidad de este libro, pues varios
de los cuentos pasaron por reescrituras sucesivas, largas temporadas de
maceración y parecen haber madurado hasta llegar a su punto, conformando un
libro sin fisuras, cuya segunda mitad es, a mi ver, la culminación de la cuentística
del escritor cochabambino.
Entrevista
Sobre Billie Ruth
y el cuento en general, aquí van ocho preguntas para Edmundo Paz Soldán.
–“Eres un autor prolífico y, a la vez, te llevó doce años
escribir este volumen de cuentos. ¿Qué razones te llevaron a prolongar su
escritura?”
EPS: “Me gustan los libros de cuentos unitarios como Ficciones, Sangre de mestizos o El llano
en llamas. Tuve el primer manuscrito de este libro hace ocho años, pero
entonces sentía que era más un rejuntado de cuentos que un libro unitario. Esa
unidad a veces la da el tema, otras la atmósfera o la forma. En mi caso los
cuentos tenían diferentes registros y estaban ambientados en espacios muy
diferentes, así que me costó encontrar el hilo conductor. Una vez que lo tuve todo
fue más fácil.”
–“Efectivamente, cambian los espacios, registros y
personajes, pero la violencia –soterrada o explícita– parece ser el eje central
del libro. ¿A qué se debe?”
EPS: “Es una obsesión que tengo desde la adolescencia,
cuando era un gran lector de novelas policiales, y que ha aparecido como
temática central de mi obra en los últimos años, a partir de Los vivos y los muertos (2009). Estos
últimos años me ha interesado explorar estados alterados de conciencia, y no
hay nada más alterado para mí que la violencia.”
–“En varios relatos hay un indudable sabor
autobiográfico. Tomando el ejemplo concreto de “Billie Ruth”, ¿cómo
transformaste esa vivencia en relato? En otras palabras, ¿cuáles son, a tu ver,
los elementos indispensables para obtener un buen cuento?”
EPS: “Ese cuento nació del pedido de una revista española de
escribir algo ambientado en los Estados Unidos. Se me ocurrió narrar mis
primeros años en los Estados Unidos. La vivencia se convirtió en cuento cuando
descubrí que esa chica que conocí en Alabama podía simbolizar todo el
desparpajo y la libertad del país que el narrador estaba descubriendo. A la
vez, Billie Ruth no podía ser solo un símbolo, tenía sobre todo que existir
como un personaje independiente, no un tipo ni un estereotipo. Al descubrir las
pulsiones de Billie Ruth, aquello que la movía, la vivencia se convirtió en
cuento. En cuanto a los elementos indispensables para obtener un cuento, creo
que no hay recetas excepto tratar de obtener una tensión narrativa desde la
primera frase.”
–“De todos tus cuentos publicados, ninguno –temáticamente
hablando– como “Azurduy”, que además sitúas al final del libro, como para
valorizarlo. ¿Cómo es que irrumpe en tu obra la temática minera? ¿Buscabas un
posicionamiento particular frente a la tradición literaria boliviana?”
EPS: “Me pareció interesante explorar la literatura minera
en un momento en que ya no es central en nuestra narrativa. Era un desafío
personal, sin ningún intento de posicionamiento, aunque entiendo que pueda
leerse así. El gesto puede parecer a destiempo, pero mi intuición es que la
literatura se mueve en tiempos diferentes al cronológico. Mi nueva novela,
Iris, también dialoga con la literatura minera, con los cuentos y testimonio de
Poppe, con la literatura antropológica del Tío de las minas, etc.”
–“En Las máscaras
de la nada y Amores imperfectos,
una buena parte de los cuentos son fantásticos. En Billie Ruth, hay solo dos: “Casa tomada” –homenaje a Cortázar– y el
sutil y eficaz “Los otros”. A tu ver, ¿se puede hablar de una inflexión en tu obra?”
EPS: “No lo veo como inflexión. Iris tiene un pie en la literatura fantástica y otro en la ciencia
ficción. Si Iris fuera una novela
realista, entonces sí se podría hablar de inflexión.”
–“Se ha dicho con razón que los relatos de Billie Ruth conjugan dos tradiciones
antagónicas: la clásica y la moderna. ¿Aquí, te propusiste hacerlo?”
EPS: “En realidad más que conjugar una tradición clásica con
una moderna, lo que yo quería hacer era conjugar la tradición latinoamericana,
más dada a la trama y al final sorpresivo, con la tradición norteamericana, que
proviene de Chejov y está más interesada en la minuciosa exploración de la
psicología de los personajes. Cuando me propuse hacerlo no me salió, así que
dejé de escribir cuentos por un buen tiempo. Luego, cuando volví a escribir,
descubrí que había ocurrido esa fusión de manera natural”.
–“¿Cuáles son los autores y/o los libros de cuentos que
más te han marcado y por qué?”
EPS: “Ficciones,
de Borges, me hizo ver que si la literatura era ese juego intelectual intenso,
yo también quería jugar. Los cuentos de Kafka, tan alegóricos y tan herméticos,
me hicieron descubrir que la literatura podía ser un pozo sin fondo.”
–“¿Qué volúmenes de relatos recomendarías dentro de la
literatura boliviana actual y por qué?”
EPS: “Nuestra cuentística está atravesando un gran momento,
en los últimos años han aparecido grandes libros de cuentos, podría mencionar
varios libros de primer nivel pero, para apartarme de los más conocidos, solo
mencionaré uno: La región prohibida,
de Fabiola Morales. Es un libro atrevido y redondo, con una voz narrativa que
conmueve en su vulnerabilidad.”
Enero de 2013
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