martes, 26 de junio de 2012

La tête en friche


No puedo ostentar de crítico de cine, pero sin embargo debo afirmar que La tête en friche (Jean Becker, 2011) es la mejor película que he visto desde El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009). Dejo los detalles de la trama para cuando la vean. Sólo quiero señalar tres cosas, que reunidas forman la gran virtud de la película. Una: La tête en friche renueva nuestra fe en la humanidad. En un mundo cruel —el nuestro y el de la película— las dos personas menos apreciadas se renuevan mutuamente. Germain Chazes (Gerard Depardieu), menospreciado por todo el pueblo, encuentra en Margueritte (Gisèle Casadesus) el amor que su madre nunca le brinda: ese amor “que ama y engendra sin sensual placer” (Vallejo, “Amor”). Margueritte, una anciana considerada, como muchos ancianos, un estorbo por los suyos, a su vez encuentra en Germain no sólo a alguien que no la considera un estorbo, sino también el corazón más noble del mundo. Dos: todo esto es posible en gran parte gracias a la literatura. De este modo la película reafirma la literatura como un modo de comunicación, y no como un experimento aislado que nada tiene que ver con la vida. Antes de entrar en contacto con la literatura y Margueritte, que en la película es una y la misma cosa, Germain sólo conocía, y por lo tanto consideraba posible, el odio y el desdén. La lectura le da otra visión del mundo: una llena de amor y de luz. En esto, sin embargo, la película afirma la indivisibilidad del mensaje y el mensajero. Es la ternura y disponibilidad de Margueritte que ayudan a Germain a emprender en su viaje por la literatura. Hay grandes escritores que cuando un pobre aspirante literario se le acerca no le hacen caso. Como Margueritte, son los hombres y mujeres humildes que más nos animan. Tres: la película deja claro que es imposible domar el rebelde mezquino idioma. La vida es más grande que la literatura. Este es el punto, a mi parecer, del motivo del diccionario. Por ello, no todos los tomates del jardín de Germain aparecen en el diccionario. La literatura es un medio, no el fin. Creo que todo literato feliz ha de aceptar esta sentencia. La literatura nos hace feliz porque cambia nuestro modo de ver el mundo y de convivir con el prójimo. Esta es la gran virtud, a mi parecer, por supuesto, de La tête en friche, o sea, darnos a ver esta verdad.

4 comentarios:

Guillermo Ruiz Plaza dijo...

Es la del campesino que lee a Camus, no? Che, y por qué no escribes una breve reseña? (En el intervalo la veré.)

Guillermo Ruiz Plaza dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Guillermo Ruiz Plaza dijo...

Hola Miguel, te cuento que ayer justamente vi la película y me gustó mucho. Ahora que leo tu reseña me gusta más aún, pues iluminas ciertas facetas de ella que no había captado sino oscuramente. Además de lo que tan bien señalas, noté un paralelismo –de linaje clásico– entre la agricultura y la literatura. De ahí el título: “la cabeza baldía” es la de Germain, el protagonista. Y como él afirma a su anciana cómplice Margueritte, hay tierras tan fértiles que no necesitan abono y otras que, por mucho abono que inviertas, no darán nada. La cabeza de Germain es de esas tierras que “dan todo lo que tienen en las entrañas”, aunque no hayan sido cultivadas. El mundo que descubre a través de las palabras no es del todo luminoso, pues empieza con La peste de Camus. Por eso mismo, antes que gustarle, la literatura empieza por incomodar a Germain. Siente la tentación de permanecer inmóvil, se seguir viendo el mundo de forma imprecisa, porque al menos no le duele. Así es como, en un momento dado, le devuelve el diccionario a su amiga. La literatura, entonces, es como un espejo interno, que implica el descubrimiento de sí, tanto en la luz como en la sombra.
Gracias por tu reseña, hermano, me pareció bonísima. Ojalá tengamos más.

Mialva dijo...

Gracias por lo que has añadido que es muy cierto