miércoles, 24 de noviembre de 2010

Gritos demenciales: una locura necesaria




Presentada hace una semana ya la primera antología de cuentos de terror realizada en BoliviaGritos demenciales (La Paz, Editorial Gente Común, 2010)–, no deja de resultar extraño el que un libro asídonde figuran nada menos que 33 relatos terroríficos– se publique y se difunda en un panorama tradicionalmente dominado por la ficción realista.

Es la señal inequívoca de una apertura genérica y, a la vez, de una voluntad legítima: la de llenar brechas que nuestra literatura –inclinada al realismo por lo extraordinario de su realidad– ha ido dejando en su camino. Tal vez por eso Daniel Averanga y Willy Camacho –compilador y editor respectivamente– decidieron cristalizar lo que flotaba en el aire de forma dispersa, reuniendo en este libro relatos inquietantes que dialogan con nuestra literatura (al negar la función social y meramente referencial del cuento), pero también con la literatura universal (Le Fanu, Poe, Hawthorne, Lovecraft, Maupassant, Horacio Quiroga, etcétera), poniendo en valor una función fundamental de la ficción: la de remitir no sólo al espacio exterior, sino también al espacio interno, donde, si le creemos a Lovecraft, reside el terror verdadero: nuestro nervio más antiguo. Espacio en que, de igual modo, vibran las raíces animales que nos unen más acá de las diferencias socioculturales y las fronteras geográficas.

Pero no encerremos en un solo espacio la diversidad y riqueza de esta antología. Los 22 autores presentes no cantamos –contamos, para ser más exacto– en el mismo coro. Mejor así. ¿Acaso la heterogeneidad no es otro atractivo de Gritos Demenciales? De ahí que los cuentos giren alrededor de tres ejes: “Lo terrenal”, “El umbral” y “Lo sobrenatural”, dibujando cuidadosamente esa curva que va del espacio exterior al interno, de lo referencial a lo imaginario, del espacio en apariencia estable al delirio o la demencia. Como si fuera poco, a esta variedad de registros y de visiones del terror se suma la pluralidad formal: el libro recoge microrrelatos, relatos breves y cuentos más bien extensos. Se nota, pues, la voluntad de abarcar, en un plano horizontal, una gama representativa de lo que, hoy por hoy en Bolivia, podría clasificarse como “relato de terror”.

De modo complementario, el amplio espectro temporal que cubre esta selección parte de autores como Jaime Nisttahuz (1942) o Manuel Vargas (1952), pasa por escritores como Edmundo Paz Soldán (1967) o Wilmer Urrelo (1975) y llega a una contemporaneidad extrema, con la producción de autores nacidos en la década de los ochenta. Dos notas introductorias, de Daniel Averanga y de Liliana Colanzi respectivamente, constituyen sendos umbrales para adentrarse en esta selección tan rica como unitaria.

En suma, no creo que este libro deje indiferente a quien se anime a sumergirse en él. A los compiladores y a la editorial se les agradece esta locura necesaria que, felizmente, generará otras.

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