domingo, 26 de octubre de 2008

Guerra o Cocina



La coronela llegaba emperifollada a Casa de Mateo con una actitud casi masculina. Caminaba segura y belicosa, como un jaguar que se dirige rotundamente hacia su presa. Su paso firme reflejaba aquel carácter decidido e intenso que le brotaba desde adentro. Cuando afianzaba su cuchillo de cocina, sus compañeros sentían un pequeño temor inconsciente, tanto que se alejaban discretamente para dejarla picar en paz las zanahorias, cebollas, brócolis y demás verduras que amontonaba como montículos de color para hacer la sopa del mediodía. Yo admiraba su fuerza, que era como una especie de refugio para las almas existencialistas como la mía… Aquellas que de súbito no encuentran el piso que las detiene y se ponen a flotar entre ideas y espejismos fantasmagóricos. La coronela picaba con ritmo y energía, después de aclimatarse empezaba también a bailar cumbia, salsa, rock u pop barato que emergía de los parlantes de la radio enclenque -compañera infalible- de la cocina. Ahora quiero hacer una comparación entre los dientes y el cuchillo. En primer lugar el cuchillo es un instrumento formado por una hoja de metal afilada por un solo lado y con mango que se usa para cortar los alimentos; pasar a cuchillo significa dar muerte, generalmente en una acción de guerra. Por otro lado los dientes sirven del mismo modo para cortar y masticar los alimentos y, en los animales, también para defenderse. Si hacemos una comparación no tardamos en entender que no existe gran diferencia entre los dos, pues aunque uno sea producto del hombre y el otro producto de la naturaleza, los dos tienen un fin en común y es el de aislar, separar, destruir y si es necesario aniquilar al sujeto u objeto de utilidad. No obstante, tanto los dientes como el cuchillo de la coronela servían para cabalmente lo contrario. Cuando ella se lanzaba a incursionar entre las carnes de animales difuntos o los vegetales cruelmente arrancados de su tierra madre, había una especie de energía vital que embriagaba el entorno, y tanto su cuchillo como sus dientes ligeramente retorcidos por una ansiedad de vida se dedicaban con esmero a procrear los más suculentos platos que la cocina mexicana jamás habría imaginado. Con los dientes proyectaba la textura, el orden, la temperatura y el sabor de su futura obra. Y con el cuchillo -así como el cincel de un escultor- le daba forma a las cosas que luego iba mezclando con la creatividad esotérica de una alquimista (alquimista jarocha). “La coronela” más que un seudónimo artístico era su apodo militar, y esto lo debía a que cuando estaba en su cocina(especialmente en las atolondradas noches de sábado) el lugar se transformaba en una especie de trinchera o fortaleza apache donde el “nosotros” (los compañeros cocineros, soldados o mas bien guerreros del hambre) contrastaba con el “ellos” (los clientes, o pirañas glotonas y los meseros que en muchas ocasiones se transformaban en aves de rapiña sedientas de propina). Era en esos momentos cuando la coronela se ponía al frente, en la línea de salida -o más bien línea de ataque-y con la voz de la autoridad ordenaba a sus discípulos que comenzaran la ofensiva disparando enchiladas, burritos, tamales o peligrosas fajitas triples que ardían en sus respectivas planchas infernales encubriendo a los meseros detrás de una nube de humo, cual samuráis dispuestos a sorprender las mandíbulas hambrientas de los clientes.
"¡Hey! ¡Chingada madre! Te dije que esto iba a la 71, ¡¿estás sordo o qué!?"
"No me jodan, ¡por qué no recogen estos pinches platos que se me enfrían! ¡Orale, orale…!"
"¡Oye tú! Tráeme un refresco… ¡No así no! En vaso de plástico no, carajo!"

Al finalizar la noche, cuando los mariachis ya habían embriagado el lugar con sus guapangos, sones, baladas y demás, la tregua hacia sentir su contentamiento general y el ambiente se dejaba preñar por el juego y la falta de seriedad. Las carcajadas de la coronela brotaban como cornetas triunfantes y la cocina se jactaba de haber eliminado de los adversarios ese instinto tan primitivo al que llaman hambre. Claro que todo volvería a repetirse la próxima semana. Ahora había que recargar fuerzas bebiendo como contratados.

1 comentario:

Guillermo Ruiz Plaza dijo...

Buenazo, Djacubus, la Coronela tiene quien le tema y desee felinamente.