POR ADOLFO BIOY CASARES
1. Historia
Viejas como el miedo, las ficciones fantásticas son
anteriores a las letras. Los aparecidos pueblan todas las literaturas: están en el Zendavesta, en la Biblia, en
Homero, en Las mil y
una noches. Tal vez los primeros
especialistas en el género fueron los chinos. El admirable Sueño del Aposento Rojo y hasta novelas eróticas y realistas, como Kin P'ing Mei y Sui
Hu Chuan, y hasta los libros de filosofía, son ricos en fantasmas y
sueños. Pero no sabemos cómo estos libros representan la literatura china;
ignorantes, no podemos conocerla directamente, debemos alegrarnos con lo que
la suerte (profesores muy sabios, comités de acercamiento cultural, la señora
Perla S. Buck), nos depara. Ateniéndonos a Europa y a América, podemos decir:
como género más o menos definido, la literatura fantástica aparece en el
siglo XIX y en el idioma inglés. Por cierto, hay precursores; citaremos: en
el siglo XIV, al infante Don Juan Manuel; en el siglo XVI, a Rabelais; en el
XVII, a Quevedo; en el XVIII, a De Foe1 y a Horace Walpole2; ya en el XIX, a
Hoffmann.
No debe confundirse la posibilidad de un código
general y permanente, con la posibilidad de leyes. Tal vez la Poética
y la Retórica de Aristóteles no sean posibles; pero las leyes existen;
escribir es, continuamente, descubrirlas o fracasar. Si estudiamos la
sorpresa como efecto literario, o los argumentos, veremos cómo la literatura
va transformando a los lectores y, en consecuencia, cómo éstos exigen una
continua transformación de la literatura. Pedimos leyes para el cuento
fantástico; pero ya veremos que no hay un tipo, sino muchos, de cuentos
fantásticos. Habrá que indagar las leyes generales para cada tipo de cuento y
las leyes especiales para cada cuento. El escritor deberá, pues, considerar
su trabajo como un problema que puede resolverse, en parte, por las leyes
generales y preestablecidas, y, en parte, por leyes especiales que él debe
descubrir y acatar.
a) Observaciones generales:
El ambiente o la atmósfera. Los primeros argumentos
eran simples -por ejemplo: consignaban el mero hecho de la
aparición de un fantasma- y los autores procuraban
crear un ambiente propicio al miedo. Crear un ambiente, una "atmósfera”,
todavía es ocupación de muchos escritores. Una persiana que se golpea, la
lluvia, una frase que vuelve, o, más abstractamente, memoria y paciencia para
volver a escribir cada tantas líneas, esos leitmotive, crean la más
sofocante de las atmósferas. Algunos de los maestros del género no han
desdeñado, sin embargo, estos recursos. Exclamaciones como ¡Horror! ¡Espanto! ¡Cuál no sería mi sorpresa!, abundan en Maupassant. Poe -no, por cierto, en el límpido M. Valdemar- aprovecha los caserones abandonados, las histerias y las melancolías,
los mustios otoños.
Después algunos autores descubrieron la conveniencia
de hacer que en un mundo plenamente creíble sucediera un solo hecho
increíble; que en vidas consuetudinarias y domésticas, como las del lector,
sucediera el fantasma. Por contraste, el efecto resultaba más fuerte. Surge
entonces lo que podríamos llamar la tendencia realista en la literatura
fantástica (ejemplo: Wells). Pero con el tiempo las escenas de calma, de
felicidad, los proyectos para después de las crisis en las vidas de los
personajes, son claros anuncios de las peores calamidades; y así, el contraste
que se había creído conseguir, la sorpresa, desaparecen.
La sorpresa. Puede ser de puntuación,
verbal, de argumento. Como todos los efectos literarios, pero más que ninguno
sufre por el tiempo. Sin embargo, pocas veces un autor se atreve a no
aprovechar una sorpresa. Hay excepciones: Max Beerbohm, en "Enoch Soames", W.W. Jacobs, en "La Pata de Mono". Max Beerbohm
deliberadamente, atinadamente, elimina toda posibilidad de sorpresa con
respecto al viaje de Soames a 1997. Para el menos experto de los lectores
habrá pocas sorpresas en "La Pata de Mono"; con todo, es uno de los cuentos más impresionantes de la antología. Lo
prueba la siguiente anécdota, contada por John Hampden: Uno de los
espectadores dijo3 después de la
representación que el horrible fantasma que se vio al abrirse la puerta, era
una ofensa al arte y al buen gusto, que el autor no debió mostrarlo, sino
dejar que el público lo imaginara; que fue, precisamente, lo que había hecho.
Para que la sorpresa del argumento sea eficaz, debe estar preparada, atenuada. Sin embargo, la
repentina sorpresa del final de "Los caballos de Abdera" es eficacísima; también la que hay en este soneto de Banchs:
Tornasolando el
flanco a su sinuoso
paso va el tigre suave
como un verso
y la ferocidad pule cual
terso
topacio el ojo seco y
vigoroso.
Y despereza
el músculo alevoso
de los ijares,
lánguido y perverso,
y se recuesta lento en el
disperso
otoño de las hojas. El reposo...
El reposo en la selva
silenciosa.
La testa chata entre las
garras finas
y el ojo fijo, impávido
custodio.
Espía mientras bate con
nerviosa
cola el haz de las férulas
vecinas,
en reprimido
acecho... así es mi odio4.
El Cuarto Amarillo y el Peligro Amarillo. Chesterton señala con esta fórmula un desiderátum (un hecho, en un lugar limitado, con un número limitado de personajes) y un error para las tramas policiales, creo que puede aplicarse, también, a las fantásticas. Es una nueva versión -periodística, epigramática- de la doctrina de la tres unidades. Wells hubiera caído en el peligro amarillo si hubiera hecho, en vez de un hombre invisible, ejércitos de hombres invisibles que invadieran y dominaran el mundo (plan tentador para novelistas alemanes), si en vez de insinuar sobriamente que Mr. Lewisham podía estar "saltando de un cuerpo a otro" desde tiempos remotísimos y de matarlo inmediatamente, nos hiciera asistir a las historias del recorrido por los tiempos, de este renovado fantasma.
b) Enumeración de argumentos fantásticos
Argumentos en que aparecen
fantasmas. En
nuestra antología hay dos5, brevísimos y perfectos:
el de Ireland y el de Loring Frost. El fragmento de Carlyle (Sartor
Resartus), que incluimos, tiene el mismo argumento, pero al revés.
Viajes por el tiempo. El ejemplo clásico es La
máquina del tiempo. En
este inolvidable relato, Wells no se ocupa de las modificaciones que los
viajes determinan en el pasado y en el futuro, y emplea una máquina que él
mismo no se explica. Max Beerbohm, en "Enoch Soames" emplea al diablo, que no requiere explicaciones, y discute, aprovecha,
los efectos del viaje sobre el porvenir.
Por su argumento, su concepción general y sus
detalles -muy pensados, muy estimulantes del pensamiento y de
la imaginación-, por los personajes, por los diálogos, por la
descripción del ambiente literario de Inglaterra a fines del siglo pasado,
creo que "Enoch Soames" es uno de los cuentos largos más admirables de la antología.
"El más hermoso cuento del mundo”, de Kipling, es también de riquísima invención de detalles. Pero el autor parece haberse
distraído en cuanto a uno de los puntos más importantes. Nos afirma que
Charlie Mears estaba por comunicarle el más hermoso de los cuentos pero no le
creemos, si no recurría a sus "invenciones precarias",
tendría algunos datos fidedignos o, a lo más, una historia con toda la
imperfección de la realidad, o algo equivalente a un atado de viejos
periódicos, o -según H. G. Wells- a la obra de Marcel Proust. Si no esperamos que las confidencias de un
botero del Tigre sean la más hermosa historia del mundo, tampoco debemos
esperarlo de las confidencias de un galeote griego que vivía en
un mundo menos civilizado, más pobre.
En este relato no hay, propiamente, viaje en el tiempo; hay recuerdos de pasados muy lejanos.
En "El destino es chambón" de Arturo Cancela y Pilar
de Lusarreta el viaje es alucinatorio.
De las narraciones de viajes en el tiempo, quizá la
de invención y disposición más elegante sea "El brujo postergado", de don Juan Manuel.
Los tres deseos. Hace más de diez siglos
empezó a escribirse este cuento; colaboraron en él escritores ilustres de
épocas y de tierras distantes, un oscuro escritor contemporáneo ha sabido
acabarlo con felicidad.
Las primeras versiones son pornográficas; las
encontramos en el Sendebar, en Las mil y una noches
(Noche 596: "El hombre que quería ver
la noche de la omnipotencia"), en la frase “más
desdichada que Banús” registrada en el Kamus, del persa Firuzabadi.
Luego, en Occidente, aparece una versión chabacana.
Entre nosotros -dice Burton- (el cuento de los tres
deseos) ha sido degradado a un asunto de morcillas.
En 1902, W. W. Jacobs, autor de sketches
humorísticos, logra una tercera versión, trágica, admirable.
En las primeras versiones, los deseos se piden a un
dios o a un talismán que permanece en el mundo. Jacobs escribe para lectores
más escépticos. Después del cuento no continúa el poder del talismán (era
conceder tres deseos a tres personas y el cuento refiere lo que sucedió a
quienes pidieron los últimos tres deseos). Tal vez lleguemos a encontrar la
pata de mono -Jacobs no la destruye- pero no podremos utilizarla.
Argumentos con acción que
sigue en el infierno. Hay dos en la antología, que no se olvidarán: el fragmento de Arcana
Coelestia, de Swedenborg, y "Donde su fuego nunca se apaga", de May Sinclair. El tema de este último es el del Canto V de La divina comedia:
Questi, che mai,
da me, non fia diviso,
La bocca mi bacio tutto tremante.
Con personaje soñado. Incluimos: El impecable "Sueño infinito de Pao Yu", de Tsao Hsue Kin; el fragmento de Through the Looking-Glass, de
Lewis Carrol;. "La Última visita del caballero enfermo", de Papini.
Con metamorfosis. Podemos citar "La transformación", de Kafka; "Sábanas de tierra", de Silvina Ocampo; "Ser polvo", de Dabove; "Lady into Fox", de Garnett.
Acciones paralelas que
obran por analogía. "La sangre en el jardín", de Ramón Gómez de la Serna: "La secta del Loto Blanco".
Tema de la inmortalidad, Citaremos "El Judío Errante; Mr. Elvisham", de
Wells. "Las islas nuevas", de María Luisa Bombal; "She", de Rider Haggard; "L´Atlantide", de Pierre Benoit.
Fantasías metafísicas. Aquí lo fantástico está,
más que en los hechos, en el razonamiento. Nuestra antología incluye: "Tantalia", de Macedonio Fernández;
un fragmento de "Star Maker", de Olaf Stapledon; la historia de Chuang Tzu y la mariposa, el cuento de
la negación de los milagros; "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", de Jorge Luis Borges.
Con el "Acercamiento a Almotásim". con "Pierre Menard", con "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", Borges ha creado un nuevo género literario, que participa del ensayo y
de la ficción; son ejercicios de incesante inteligencia y de imaginación
feliz, carentes de languideces, de todo elemento humano, patético o
sentimental, y destinados a lectores intelectuales, estudiosos de filosofía,
casi especialistas en literatura.
Cuentos y novelas de Kafka. Las obsesiones del
infinito, de la postergación infinita, de la subordinación jerárquica,
definen estas obras; Kafka, con ambientes cotidianos, mediocres,
burocráticos, logra la depresión y el horror; su metódica imaginación y su
estilo incoloro nunca entorpecen el desarrollo de los argumentos.
Vampiros y castillos. Su paso por la
literatura no ha sido feliz: recordemos a Drácula, de Bram Stoker (Presidente
de la Sociedad Filosófica y Campeón de Atletismo de la Universidad de
Dublín), a "Mrs. Amworth", de Benson. No figuran en esta antología.
Los cuentos fantásticos pueden clasificarse,
también, por la explicación:
a) Los que se explican por la agencia de un ser o de
un hecho sobrenatural.
b) Los que tienen explicación fantástica, pero no
sobrenatural ("científica" no me parece el epíteto conveniente para
estas intenciones rigurosas, verosímiles, a fuerza de sintaxis).
c) Los que se explican por la intervención de un
ser o de un hecho sobrenatural, pero insinúan, también, la
posibilidad de una explicación natural ("Sredni
Vashtar" de Saki); los que admiten una
explicativa alucinación. Esta posibilidad de explicaciones naturales
puede ser un acierto, una complejidad mayor; generalmente
es una debilidad, una escapatoria del autor, que no ha sabido
proponer con verosimilitud lo fantástico.
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domingo, 8 de julio de 2012
Prólogo a la Antología de la Literatura Fantástica
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