A Diego Reyes y Jorge Enrique Cabrera
Una tarde, cuando con el Osman nos fuimos a
casa de un amigo mío -amigo del colegio que venía de abrir un restaurante y
donde toda la zona Sur se reunía-, nos encontramos con Daniel Almirante. Este
joven era el más popular de la “farándula” paceña de la zona Sur y sabíamos que
ya se había cogido a todas las chicas huecas y sonsas con las que nosotros tan
solo podíamos soñar. Osman se mostraba bastante molesto e inconforme; en
general, cuando estábamos entre mis amigos jailones, él nunca se sentía a
gusto. En repetidas ocasiones, si bien terminábamos ambos ebrios y a veces le
metíamos unos jalecitos más, lo que nos obligaba a compartir y sentirnos más
como entre los nuestros, Osman nunca terminó de sentirse cómodo en ese medio.
Ese día no sería la excepción para la serie de ocasiones en las que, según
aseguraba, había sido testigo de la soberbia y altanería de “esos mis
amiguitos”.
En efecto, aquella tarde-noche, justo después
de fumar un poco de mota, Almirante se puso a contar su último viaje a Europa.
No resulta inútil recordar que nuestro querido Osman nunca tuvo la oportunidad
de viajar a Europa; apenas había hecho algunos pocos viajes por aquí y por allá
en la región: a Arica, Antofagasta, Iquique, Salta, Mendoza, etc. Nada del otro
mundo y nunca grandes vacaciones que duraran semanas. Almirante, en cambio,
venía de llegar de un viaje por toda Europa, sobre todo por el Este. Se sabe de
la fascinación que los literatos experimentan con toda esa región mística de
Europa: desde Kafka hasta los rusos, pasando por el aura del pensamiento y la
literatura alemana. Osman sentía esa fascinación aunque la encubría bien con su
obsesión por algunos escritores bolivianos. El punto es que Almirante contaba
su viaje ante la atención de todos.
“Así, pues, -decía- todas las chicas son
hermosas, sobre todo en Praga. No he visto raza de mujeres más fina y elegante.
Todas son altas [Almirante era notoriamente alto] y bien cuidadas, con cuerpos
de oro. Lo mejor, sin duda, son las mujeres; y decir eso ante las maravillas
históricas y arquitectónicas que uno ve, es mucho decir.
-
¿Pero acaso tú no estabas viajando
con tu ñata? –alguien preguntó.
-
Sí, sí. Pero, ¿desde cuándo una
mina te va a impedir ver o hacer cosas con otrita? Además, ya he quedado con mi
ñata en que nos vamos a casar nomás. –En este momento todos disimulamos una
total indiferencia ante lo que, entre amigos más cercanos, podría haber sonado
como una sorpresa.- No, no, en serio. Sus viejos me han dicho que me vaya a
vivir allá, que ellos me lo podían conseguir trabajo y que viviría en el
departamento de mi ñata.
En este momento, por quién sabe qué extraño
mecanismo que lo obligó a decir lo que pensaba, Osman, como casi nunca ocurría,
decidió hablar. De sopetón, y con auténtica admiración y sorpresa, espetó:
-
¡La salida fácil…!
Y reconociendo inmediatamente su error o, al
menos, el mal efecto que evidentemente podía tener esa constatación en gente
que lo miraba como un cholo envidioso, trató de disimularlo lanzando algunas
carcajadas, como si lo que venía de decir fuera tan solo una broma. Almirante
no se la tomó así para nada. Con esa molestia que solo las personas seguras de
sí mismas, acostumbradas por años de engreimiento de todos -y sobre todo todas-
los que las rodean, desdobló sus piernas, apoyó ambas en el piso y puso encima
de sus muslos sus codos y su antebrazo, dejando las manos balanceándose entre
sus rodillas. Miró de frente y a los ojos a Osman -que los bajó como por
instinto- y dijo:
-
¿Por qué fácil? Yo estoy yendo
allá con mi plata y también voy a trabajar ahí. Nadie me lo está pagando nada.
Ante el tartamudeo nervioso de Osman, tuve que
intervenir y traté de aclarar:
-
No te está criticando, quiere
decir que es algo bueno, pues. Como que te hubieras sacado la lotería, la vida
fácil, dice. O sea, lo que todos desearíamos que nos pase.
Osman me miraba asintiendo con la cabeza con
cierta desesperación, como para dejar en claro que yo había interpretado correctamente
lo que él había dicho. Almirante tan solo me miró con cierta arrogancia, como
preguntándome de dónde sacaba a ese tipo de personas. Era la misma cara que
ponía siempre que algo le disgustaba y, como estaba acostumbrado a que todo
saliera como quería, esa cara yo ya la había visto varias veces. Enseguida
continuó con su historia, explicando cómo la chica trabajaba y él tenía cosas
en La Paz que le daban ganancias sin que tuviera que hacer mucho. Por ejemplo,
tenía un departamento que alquilaba junto a su mejor amigo a turistas de todo
el mundo en pleno Sopocachi. Osman se quedó callado durante el resto de la
conversación y apenas intercambió una que otra palabra conmigo. Se notaba que
la reacción de Almirante lo había abrumado y parecía haber adoptado cierta
actitud similar a la que alguien adoptaría si hubiera sido humillado de algún
modo. A veces Osman reaccionaba así, a pesar de que odiaba –o al menos decía
odiar- a ese tipo de gente que siempre parecía tener el poder de humillarlo. De
hecho, todo el desprecio que nos decía sentir por este tipo de personas se
esfumaba apenas una de ellas le dirigía la palabra de forma despectiva. Era como
si todo lo que nos decía entre nosotros, sus amigos de la universidad, no
significara nada llegada la hora de enfrentarse con los jailones, esos otros
que no podía tolerar por nada del mundo. Como si ese desprecio aspaventoso solo
fuera un medio inútil para ocultarse que en realidad la opinión de esas
personas le importaba muchísimo.
Me parece que en el texto que sigue, Osman
estaba, precisamente, tratando de lidiar con esa contradicción o paradoja.
I wanna be just like you
Cage the elephant, “Indy kidz”
Tell me I’m the only one,
Tell me there’s no other one
Jesus was an only son for you.
Smashing Pumpkins, “Bullet with
butterfly wings”
There's a party in my head and no
one is invited
And you will never come close to
how I feel
Tame Impala, “Solitude is bliss”
I love myself better than you,
I know it’s wrong, so what should
I do?
Nirvana, “On a plain”
Feed you to the hounds,
To the daily mail.
Radiohead, “The daily mail”
Hey mister Superstar,
I’ll do anything for you
Marylin Manson, “Mister
Superstar”
And god is empty, just like me.
Smashing pumpkins, “Zero”
La consideración de una de las canciones que tuvo más
éxito durante los años ‘90 y que, sin embargo, terminó representando una carga
intolerable incluso para la misma banda que la compuso, puede ser interesante
por, por lo menos, dos razones. Primero, creo que puede ayudar a entender la
significación de la masiva popularidad que la canción obtuvo incluso entre
grupos y sectores que seguramente no se podían identificar con lo que decía.
Funcionaba como una canción pop de manera perfecta sin que nadie necesitara
reparar en las letras que, por lo demás, eran bastante lloronas. A mí me parece
que la fama de la canción también tuvo el efecto curiosísimo de quitarle mucho
del valor que tiene cuando se la escucha por primera vez. Segundo, nos permite
ver una dialéctica interesante entre el individuo que escribió la letra –Thom
Yorke- y su desenvolvimiento futuro como celebridad y estrella del rock. Esa
evolución está sin duda marcada proféticamente –como suele ocurrir con las
revelaciones miméticas- por la canción que luego debía ser negada para permitir
que la banda pudiera seguir produciendo música. Esta progresión dialéctica, por
llamarla de algún modo, me parece que también es importante para concebir una
relación de las cosas que la canción nos dice y que la banda luego desarrollará
en términos de una evolución que tiene que ver con la edad. A veces es solo con
la perspectiva de la edad adulta que uno puede ver la magnitud de lo que
algunas cosas de su pasado significaron realmente. Esa perspectiva está luego
reflejada en otras canciones y hace pensar en algo así como una evolución que
se debate entre la ilusión romántica y la verdad novelesca que no se termina de
aceptar[1].
Por lo demás, la letra de la canción es
demasiado obvia, tanto así que da incluso flojera tratar de expresar las cosas
que dice de una manera por demás evidente. Y, sin embargo, todavía hay algunas
cosas que se pueden destacar a la luz de la teoría mimética y que me hicieron
escoger esta canción como la primera de las que me gustaría estudiar del
repertorio de Radiohead. “Crap”, como actualmente la llaman los integrantes de
la banda, comienza con la referencia a una visión, la visión de una persona que
estuvo en el mismo sitio que el narrador, en un momento previo al momento en
que enuncia la canción. Un misterio surge apenas ingresamos en esa puesta en
escena bastante abstracta. Por alguna razón que desconocemos el narrador es
incapaz de mirar a los ojos a esa otra persona. Inmediatamente después, la
canción adopta un vocabulario religioso que no es ajeno a la trayectoria
anterior y ulterior de Yorke: la del ángel entre los seres humanos. El ingreso
de lo sobrenatural o divino, de la dimensión trascendente en la cotidianidad de
un bar o de cualquier sala llena de gente es algo digno de constatar, sobre
todo en términos de la teoría mimética.
En efecto, si la persona señalada en la
canción marca una diferencia no solo con respecto al resto de las personas
presentes sino también con respecto al resto de los momentos o instantes
pasados y por venir, la figura debe pertenecer definitivamente a la esfera trascendente,
es decir, a la esfera de lo sagrado[2].
Esa pertenencia está claramente marcada por la comparación con lo angelical:
exactamente como un ángel, su piel lo hace volar. Si la piel de alguien puede
ser no solo comparada con la de un ángel, sino ser atribuible de tener
facultades sobrenaturales como la de poder hacer volar, deberíamos de inmediato
situarnos en el plano de la trascendencia, es decir, de lo que comúnmente
conocemos como divinidad. Ésta es la profecía que hacía Girard en su epígrafe a
Mentira romántica y verdad novelesca:
“y los hombres serán como dioses para los otros hombres”. La situación que el dictum de Max Scheler pone en evidencia
es casi tan -si no más- peligrosa que la que implica la situación del hombre
como lobo del hombre, en la sentencia atribuida a Hobbes. No en vano, el
sociólogo del siglo XX que mayor demistificaciones consiguió en su carrera,
Bourdieu, no dudaba en decir que mientras el hombre sea un dios para el hombre,
el hombre será un lobo para el hombre. El paralelismo es explícito aunque no
deja en claro las razones por las cuales esto ocurriría. En efecto, ¿en qué
medida la persona sobre la que habla Yorke podría ser, para él, al mismo tiempo
divinidad y lobo? ¿Cuáles son los puntos en común entre el lobo y el dios?
Mientras el ser humano vea al otro, a su prójimo o semejante, como a un dios,
estará sujeto a la ley de la guerra de todos contra todos, pero ¿por qué? Esto
funciona también del modo invertido: es porque todos estamos en constante
condición de competencia los unos contra los otros que unos de nosotros pueden
aparecer como dioses para otros, dioses que son el símbolo de una competencia
desenfrenada y cuya única posible finalización es la adquisición del ser de
nuestro dios/modelo. De ahí, también, que el modelo divinizado tenga algunas de
las características del superyó lacaniano: el que nos exige más y el que nos
demuestra que nuestros esfuerzos son totalmente vanos.
Parecería que la respuesta a esta pregunta nos
la puede dar una breve digresión que no se aleja de la canción sino que permite
percibir el modo en que un cineasta la interpretó. Quizás el uso más preciso de la canción más
usable de la historia, hiperbolizando un poco, sea la que hace David Fincher en
Social network. Este hecho explica la
universalidad de la canción y, por lo tanto, su carácter altamente pegajoso y
hasta cargoso (uno estaría tentado a decir contagioso y hasta viral). La
igualación o ecuación de todos al mismo nivel de accesibilidad (la ley de los 6
grados de diferencia[3]),
hace que todos sean iguales por derecho, porque todos están ahí al alcance de
todos gracias a la mera suscripción a un servicio que es gratuito (el Facebook).
El acceso a una “celebridad” está así garantizado. Si Fincher utiliza la canción
es porque todo indicaría que la personalidad del mismo Zucherberg es similar a
la que describe Yorke: obsesionado por la supuesta o aparente superioridad de
quienes pertenecen a los clubes exclusivos de las universidades gringas (sus
propias divinidades, sus ángeles intocables de piel que hace llorar),
Zucherberg decide vengarse. Esta venganza, claro, no es directa sino, como
corresponde al resentimiento, diferida y la forma de objetar a la envidia que
le producen estas elites es el intento de apertura de esos clubes al público
común. Es como si, de un día al otro, todo el mundo pudiese acceder a tener un
título nobiliario.
Este proceso de democratización se da solo por
medio de la envidia y el resentimiento que la diferencia social aparentemente
insalvable produce en una mente brillante y perversa como la de Zucherberg. Sin
embargo, lo que no es perceptible a primera vista y que la película trata de
poner en evidencia, según me parece, es que la envidia termina socavando sus
propias condiciones de funcionamiento. Como en la viejísima crítica al
socialismo realmente existente, lo que Zucherberg consigue no es tanto elevarse
al nivel de sus dioses humanos sino, al contrario, rebajarlos y ponerlos al
nivel del común de la gente, del pueblo, de la mayoría. Los lobos que aspiraban
a comerse vivos a esos seres divinos de las elites universitarias ahora son
parte de esas elites y resultan ser, por eso mismo, lobos en el paquete de
dioses, o lobos entre los dioses desmitificados; es decir, lobos entre hombres.
La rivalidad mimética, como en todo proceso de democratización social, deja de
estar dividida entre clases o grupos delimitados por convenciones sociales
arbitrarias y pasa a ser un fenómeno común a todos, sin importar sus
determinaciones (de origen, pertenencia, adscripción o condición social). Todos
terminan siendo rivales de todos en una competencia por demostrar quién es el
más envidiable; es decir, lo que hoy conocemos como el Facebook (incluso en los
casos en los que el usuario se burla y pretende mostrar lo más despreciable de
su personalidad: es también una forma, incluso más vanidosa, de presunción).
La situación estructural nos permite
establecer un primer parámetro de relación entre la divinización y la
“licantropización” (el hecho de que el hombre se vuelva un lobo para el hombre):
mientras más elevado esté el dios humano al que se venera, mayor será la
violencia terrible con la que se deseará hacerlo caer. Y mientras más alto sea
el sitial que le otorguemos a esa divinidad, más alto será también el lugar en
el que, en gesto vengativo, desearemos situarnos nosotros mismos, bajo el
riesgo eterno de que las masas irredentas que están debajo de nosotros, busquen
hacernos caer a nuestra vez. Si hay un dilema que es encarnado por una banda y
toda su trayectoria, éste es sin duda el dilema de Radiohead (aunque sin duda
lo hubiera sido también el de Nirvana, de haber seguido, o el de Smashing
Pumpkins o Pearl Jam, incluso el de Tool y Alice in chains). Pienso que la
forma más destilada de la paradoja a la que conduce la creciente divinización
de lo humano (o, si se quiere hablar como Bourdieu, la divinización de lo
social) se refleja en las letras de Yorke a lo largo de su evolución desde el
semi-tuerto que quiere ser especial hasta el hombre que se queja del acoso al
que el sistema comercial de la industria musical contemporánea lo somete (forma
de chivo expiatorio transnacional y anónimo que encubre la falta o el crimen en
los que todos los admiradores de la música incurren).
Volvamos a la canción. Inmediatamente después
de haber esbozado a la persona cuya fascinación centraliza la mirada de todos,
descubrimos parcialmente lo que desea el narrador o el yo poético, si se
prefiere. No se trata tanto de desear a la persona angelical, o más bien, se
trata de un pasaje veloz pero significativo de un deseo objetual[4]
(para hablar psicoanalíticamente) a un deseo ontológico o metafísico[5]
(en términos de la teoría mimética). En otras palabras, la fijación con la
persona deseada se transforma de forma imperceptible y casi inmediata en un
deseo por el ser mismo de esa persona. Es decir, pasamos de un deseo por la
persona (como en el clásico deseo amoroso) a un deseo de ser esa persona (lo
que para Girard a veces significa el despertar de cierto tipo de deseo
homosexual[6]).
¿Existe realmente una distinción entre estas dos instancias del deseo? ¿No
parecería más bien que en la realidad empírica y cotidiana ambos deseos se ven
siempre confundidos en uno?
El deseo por una persona, como el deseo
amoroso o sexual, involucra necesariamente una noción de posesión de esa
persona deseada por alguna instancia que no siempre es evidente: puede ser un novio,
un amigo, un grupo de amigos, la familia o, incluso y en muchos casos, la
persona misma. Es la figura una y otra vez usada de la coquetería. El o la
coqueta siempre terminan dando la impresión de que lo que más desean es a sí
mismos[7].
A esta ilusión contribuye sin duda el sistema de celebridades que eleva a
algunos privilegiados al lugar de divinidades autosuficientes que apenas tienen
necesidad de mirar por sobre sus hombros a los demás mortales. Pues bien, esas
figuras de la coquetería o de la celebridad son al mismo tiempo objetos de
deseo y modelos del propio deseo, es decir, son al mismo tiempo lo que se desea
y lo que nos conmina a desear de ese modo. Su ser, la adquisición de lo que
esas figuras son, equivaldría a dejar de desear aquello que ellos mismos nos
conducen a desear: ese ser inalcanzable que los constituye y hace divinos.
When you were here before,
I couldn’t look you in the eye.
Just like an angel,
Your skin makes me cry.[8]
Volviendo al modo en que Yorke describe a la
persona especial que ocupa el centro de los versos del verse, creo que hay una señal que nos indica cuán familiar le era
la sensación o el fenómeno de la centralidad. La imagen sobrecogedora de una
pluma flotando en medio de un mundo bello, hermoso, es suprema a la hora de
expresar eso mismo que el cine expresa con sus primeros planos de rostros de
personajes o lo que el teatro contemporáneo pone en evidencia a través de la
iluminación para marcar claramente el espacio que ocupa el personaje principal.
Se trata de la sensación de estar en el centro de los acontecimientos que
ocurren en el mundo que nos rodea. En efecto, uno de los conceptos más
interesantes que se han desarrollado a partir de los postulados de la teoría
mimética desde el campo de la psiquiatría es el de ‘centralidad’. ¿En qué
consiste este curioso concepto? Es a Henri Grivois a quien le debo el
conocimiento de esta fascinante idea. Lo que él propone, desde su perspectiva
psiquiátrica, es un análisis del surgimiento o génesis de las psicosis, lo que
él designa como ‘psicosis debutante’. Se trata de dialogar con los pacientes
que son llevados a las emergencias psiquiátricas o de otro tipo y que sufren de
delirios paranoicos o de grandeza (dos manifestaciones distintas de un mismo
fenómeno, según Grivois). El diálogo debe establecerse lo antes posible, antes
que los pacientes tengan la posibilidad de enclaustrarse en una catatonia
producto de la paranoia y del sentimiento abrumador de ocupar el centro del
mundo; de tener revelaciones tan sorprendentes que se hace difícil
comunicarlas. Ese encierro en el silencio sería la consecuencia de una serie de
fenómenos que ocurren en la cabeza de los pacientes y que Grivois cree poder
explicar a través de los instrumentos que toma prestados de la teoría mimética
de Girard.
La centralidad en la canción aparece
simplemente como el hecho de estar en el centro de la atención, en el sitio en
el que se encuentra la persona de la que trata la primera estrofa. Es esa
instancia la que ocupa a quien Yorke caracteriza como alguien cuya sola
presencia lo hace llorar. A esta instancia altamente metafísica, Yorke la
designa simplemente con el término ‘especial’, ‘jodidamente especial’. Ahora,
si hay un mecanismo misterioso en el proceder de la teoría mimética, éste es
sin duda aquél que produce que el modelo divinizado, en la medida en que se
internaliza (se vuelve un mediador interno y no trascendente), también genera
en su rival, es decir, en el sujeto del deseo, la sensación de ser exactamente
lo opuesto que él: lo más insignificante, lo demoníaco, lo satánico, lo
expulsado, lo que desde su “victimidad” puede acusar al otro justamente por
dejarlo tan largado a su propia cuenta. Es la desgracia de quienes ven a los
demás como la gente bonita mientras que ellos se conciben como los raros, los
siniestros, los feos. Thom Yorke es el vocero de todos los que nos sentimos
así. El portavoz de las víctimas es siempre alguien que se postula como víctima
suprema, como el ganador dentro de la rivalidad mimética por ser más víctima.
En lo que concierne este victimismo de Yorke,
sin embargo, me parece que aquí el proceso que va de ser la víctima a ser la
divinidad está dado en un estado de pureza tal que no podría pedirse nada mayor
ni mejor para desarrollar y comprender la parte sacrificial de la teoría
mimética. Yorke no tardará en saborear los terribles disgustos de encontrarse
en el lugar que tanto añoraba, el lugar de esa divinidad humana a la que tanto
admiraba por ser especial o por poseer ese don metafísico de ser especial. Por
más que la canción tenga una veta irónica, no es posible soslayar el hecho de
que aparece realmente como una premonición del calvario (casi en su sentido
originario y no figurado) por el cual Yorke tendría que pasar tras el éxito
mundial de OK computer.
You float like a feather
In a beautiful world.
I wish I was special,
You’re so fucking special.[9]
En este punto resulta interesante reparar en
la etimología de la palabra que da título a la canción. ‘Creep’ significa
originalmente el que se arrastra. El origen del verbo reptar en inglés (creep), precisamente, estaría vinculado
con el de torcer (crook), como la
persona que, por enana o jorobada, anda chueca, o por tener una
disfuncionalidad en el caminar, cojea. El desplazamiento de ahí a la persona
como despreciable, no es muy difícil de verificar, sobre todo cuando sabemos
que existiría una relación entre los ladrones que robaban de forma subrepticia,
es decir, creeping por ahí y la idea
de que, los que más odiamos como grupo humano, son siempre acusados de robarnos
el goce de la forma más insidiosa posible. Judíos, cholos, empleadas del hogar,
extranjeros, chinos, todos parecen obedecer a la regla del mimetismo y la
adaptación, la integración y la indiferenciación para ejercer sus talentos de
ladrones. El creep es, entonces, el
que genera los creeps, el creepy que asusta y da miedo por su
rareza misma; el sujeto de todas las acusaciones, el tipo de chivo expiatorio
que luego era divinizado en figuras como Hefesto, el cojo, el jorobado, el
deforme, el raro, el que produce asco, repugnancia, rechazo (pero se casa con
la más linda, lo que lo hace también un cornudo, como los diablos de todas las
épocas. Esa misma sensación que Yorke debía sentir cada vez que era rechazado
por la gente hermosa, y, sobre todo, por las mujeres hermosas y populares (y
populares porque hermosas).
Otro detalle fundamental de la forma en que el
coro hace su aparición en la canción es la forma en que es antecedido por la
airosa demanda, por el clamor despechado de ese “desearía ser especial, eres tan
jodidamente especial”. Se pasa de un sentimiento de humillación y vergüenza
incomparables, del sentimiento de estar totalmente sumido en la humillación por
la superioridad del otro al orgullo pleno y casi satisfecho de ser diferente.
Este pasaje es de suma importancia: me parece que aquí estoy presenciando de
forma inmediata y directa el pasaje de la vergüenza casi suicida al orgullo
diferenciador que genera identidades usualmente espurias en función de la
reactividad o reacción a un movimiento original de envidia y resentimiento. De
la ira de no ser especial se pasa al grito casi liberador o, mejor, al grito
entre liberador y frustrado, entre orgulloso y lamentado, de ser un creep, un weirdo, es decir, un rarito, alguien que se destaca del resto por
su diferencia romántica, su aislamiento, su soledad, su especialidad. No en
vano se encuentra aquí la base y el principio que permitirá que, a la hora de
ser reconocido por todos, se dude al mismo tiempo de ese reconocimiento (pues
los que reconocen, los demás, no son tan especiales como uno, que es rarito) y
al mismo tiempo se lo tenga como bien merecido (pues se sabe que uno es
claramente especial, distinto al resto). Éste parece ser el núcleo del dilema
de Thom Yorke (entre tantos otros cantautores del rock alternativo e incluso de
otros géneros, como en el caso de Amy Winehouse). Sin duda, pienso que este
tipo de fenómenos de oscilación mimética y centralidad pueden ser rastreados
hasta los originadores de la forma canción o lied entre los románticos alemanes: sospecho que algo muy similar
funcionó en las vidas no tanto de Beethoven, sino de Schubert y Schumann.
But I’m a creep,
I’m a weirdo,
What the hell am I doing here?!
I don’t belong here.[10]
Etimología de weird[11].
Aunque no siempre haya que creer en el poder explicativo de las etimologías, no
cabe duda de que tienen un atractivo importante a la hora de respaldar algunas
de mis hipótesis. La palabra ‘weird’
tendría su origen en el proto-germánico ‘wurthiz’
que luego se encargaría de dar la forma verbal del futuro en alemán (werden). Uno de sus primeros
significados en el inglés en tanto que ‘wierd’,
es el de ser alguien que controla el destino. Esto sugiere no solo la idea de
alguien a quien sin duda se le asignaban poderes sobrenaturales y mágicos de
controlar el futuro (el destino), sino de alguien que es elegido por el
destino, que es el elegido. Esta selección de la persona por una entidad
trascendente y abstracta como puede ser el destino debe ser una selección hecha
por la autotrascendencia de lo social, es decir, en términos de la teoría
mimética, la selección sacrificial propiamente dicha. El antiguo inglés nos
ayuda a dilucidar más esta idea pues nos otorga el sentido de ‘weordan’ ya
transformado en el devenir o to become
inglés. Esto me hace pensar de inmediato en la idea nietzscheana, sin duda una
mentira romántica poderosa digna del último gran romántico alemán (aunque ese
título quizás lo merezca más Hitler), de “devenir lo que uno es” o “ser lo que
uno es”. Esta forma de reafirmación o confirmación en el ser de uno no es otra
que la que me parece haber constatado más arriba con respecto al modo
ciclotímico y oscilante –me animaría a utilizar el término ‘bipolar, incluso-
en que Yorke pasaba de ser el despreciado que quiere ser como el otro, que
quiere poseer los aspectos que lo hacen “especial” a ser el orgulloso y
resentido creep y weirdo con el que la canción logró
identificar a gil y mil, sin siquiera distinguir entre los verdaderos
aisladitos sociales y los que no lo eran. Esa reafirmación de lo que uno cree
que es, me parece que está muy bien encapsulada en la palabra weirdo y su etimología, es decir, todo
aquello que me hace recordar el ideal de Nietzsche de reafirmarse en el ser
propio. De mantenerse en ese resto de mentira romántica que es la
auto-suficiencia de quien piensa que sabe quién es por cuenta propia (de ahí
sin duda que Nietzsche proyectará una comunidad de hiperbóreos al final de su
vida: una suerte de comunidad en el resentimiento de quienes creen haber
desenmascarado el resentimiento en general).
Dos cosas debo destacar aquí. Primero algo que
hasta ahora no he encontrado realizado ni en los libros que ya he leído de
Girard ni entre los que siguen sus planteamientos: la idea de que la mentira
romántica de la autosuficiencia pueda estar estrechamente vinculada en la
formación espontánea de la personalidad del excluido o auto-excluido que luego
servirá para ser sacrificado. Como si el sujeto hipermimético y victimista
deseara ocupar voluntariamente el lugar de la víctima antiguamente sacrificada.
Creo que a esta paradoja apunta Girard en su artículo sobre El extranjero de Camus, idea que está
también vinculada con el victimismo o la postura victimaria que ha adoptado la
izquierda global según el ultra-conservador Eric Gans. Ahora, ese deseo de
ocupar el lugar de la víctima no es distante de cierta rivalidad híbrida (en
sentido etimológico) que tiene el genio con el único hombre que parece ser
realmente recordado por todos, el único hombre-dios: Jesucristo. Esta
coincidencia, dentro de la teoría mimética no presenta mayor misterio: al ser
Jesús la víctima que reemplaza a todas las víctimas de la humanidad, de los
principados y potestades, aquellos que se tienen por especiales (por su vanidad
hipermimética de rivalidad) desean ser aún más importantes que el mismo Cristo
y así ingresan en una carrera de auto-destrucción o auto-desprecio. Así es,
grosso modo, cómo Girard explica a Nietzsche.
A esta altura del desarrollo de la etimología
de la palabra ‘weird’ se me ocurre
hacer un breve decurso por la mitología nórdica y sus orígenes sacrificiales
pues las tres hermanas norn, las que controlan el destino, al modo de las
moiras griegas (o diosas del destino), son las que tejen los acontecimientos
del mundo, incluidos aquellos acontecimientos que afectan a los dioses mismos.
Como insistía algún profesor de literatura del colegio, la Moira está siempre
por encima de los dioses, en otras palabras, la Moira del weird controla a la misma autotrascendencia del panteón surgido del
sacrificio. Esto significa que controla a aquello que regula las relaciones
sociales desde su trascendencia expulsada para que exista la paz entre los
hombres (o la existencia cotidiana en general, la vida). La selección de ese
tipo de destino es la selección suprema y solo puede apuntar hacia un ser, un
individuo capaz de partir en dos la historia humana, un Cristo, o un Anticristo
en el caso de Nietzsche. Aunque jamás lo hubiera tenido en mente, Yorke apunta
aquí a una de las características de los sujetos hipermiméticos que sufren de
centralidad: la certeza que tienen de estar en un lugar muy parecido al que
ocupo Cristo en la pasión; la certeza de poder ser rivales de lo que hizo de
Cristo un ser tan especial. La certeza, en definitiva, de estar a la altura del
mismo dios de los cristianos, es decir, en última instancia, de hacer de la
mediación externa universal, una mediación interna particular. Y de esa
mediación y rivalidad, hacer un destino. Me siento altamente tentado de saltar
a otra canción del rock alternativo aquí. En efecto, una de las líneas más
poderosas de “Bullet with butterfly wings” remite a esa idea de desear ser más
o tan especial como Jesús: él no habría sido sino un hijo único para nosotros,
alguien a quien se le ha otorgado demasiada atención, quizás una atención
innecesaria para un mortal más. Sin embargo, ésa no es la única canción en la
que Billy Corgan se desquita con Dios por sentirse a su altura. El primer gran
sencillo de los Pumpkins, “I am one”, es también un desafío, casi desde el
satanismo laveyiano, a la trinidad divina que consagra a Cristo como hijo de
Dios (tema satanista si los hay).
Al expulsado ritual que fue uno de esos tantos
weirdos avant-la-lettre, seguramente
se le atribuían los poderes para controlar el destino humano al ser aquél que
había traído todas las desgracias a la comunidad y al ser, también, el que los
había librado de las mismas con sus facultades divinas. Con toda evidencia, la
gente seguramente pensaba que en sus manos estaba el destino de todos ellos, es
decir, el destino de la humanidad entera. El weirdo, al ser seleccionado por el destino, era el indicado para
controlar el destino humano trayéndole gracias y desgracias en función de su
humor (pues ya habría sido divinizado tras su sacrificio por ser el elegido).
Me parece que están aquí concentradas de forma espectacular todas las paradojas
propias de la sacralización y divinización de quien antes había sido expulsado
y anatemizado: el chivo expiatorio.
Y sin embargo, el giro que Girard hace en un
artículo sobre El Extranjero de Camus
nos obliga a cuestionar la posición de quien -al modo de Yorke que pregunta a
gritos qué diablos está haciendo ahí o que insiste en afirmar que no pertenece
al lugar donde se encuentra - asegura ser ese chivo expiatorio, esa víctima de
forma casi voluntaria. ¿Se trata realmente de un gesto surgido de la denuncia por
parte de una víctima que ha sido efectivamente excluida, expulsada, abusada o
cuya vida ha sido o es amenazada? No parecería el caso; incluso con un ojo
temblante, uno no es una víctima por tener una interioridad más ego maníaca. De
lo que se queja Yorke no es de ser una víctima de una horda sacrificadora; se
queja, más bien, de no ser tan especial como esa otra persona a la que envidia.
Yorke es tan ocultamente vanidoso cuando lloriquea al respecto que no nos debe
sorprender que sea un paranoico que sufre de centralidad en la actualidad,
cuando ocupa ese mismo lugar que tanto deseaba. Lo que él imita es el ser porque
así, cree, poseerá el objeto del deseo. Sin embargo, él no desea eso realmente,
es decir, si lo tuviera, si estuviera en ese lugar, tendría -como de hecho tiene-
una visión bastante oscura de la vida. Ser especial no valía tanto la pena como
había creído a gritos en esa canción. La verdad de un pacifismo reformista y
con visos de socialismo o social democracia es una causa mucho más noble que la
fama, aunque sin fama, uno no pueda contribuir mucho.
El orgullo resentido parece ir de la mano con
el radicalismo identitario: si Yorke se reivindica de ser un creep es porque debe intuir que así
elevará a la horda de creeps por la
que habla. El entusiasmo en torno a Radiohead –entusiasmo que encubre la
grandeza de muchas bandas británicas- se debe sin duda a esa facultad
identificatoria de la canción. Una facultad similar a la de Facebook.
Cualquiera puede pertenecer a Facebook,
en cambio, no todos podemos ser Thom Yorke, a pesar de que el mismo pretenda
lo contrario en “Anyone can play guitar”. Ahora bien, como decíamos, la
cuestión no puede pasar por una identificación inmediata entre chivo expiatorio
y víctima auto-sacrificada. Ni siquiera una idea como la de santidad podría
permitirnos acercar ambas figuras. El principio no es el mismo pero obedece a
lo que el ya mencionado conservador Eric Gans denomina ‘victimocracía’ es decir
la defensa a ultranza de todo lo que sea percibido como víctima.
¿Es la obesidad mala? Sí; y la gente obesa es
víctima de esa enfermedad. No decirle gordo a un obeso es una garantía prometida
y hecha realidad por el liberalismo económico donde cada idea vale y hace sus
méritos. La víctima que se auto-designa como tal alcanza un nivel de cinismo
que solo puede ser visto como egocentrismo. Yorke es honesto cuando afirma que
quiere ser especial, parte de la gente bonita, con un cuerpo perfecto y, sobre
todo, un alma perfecta. Yorke no es un idealista de las divinidades, sabe en el
fondo que esa vida es vacía, lo contrario de lo que él desearía realmente. Y,
sin embargo, a pesar de que me duela aceptarlo, es lo que yo deseo para mí y lo
que todos deseamos para nosotros. Ese momento es el más triste de la canción,
sin duda, pero también el más honesto: lo que queremos es que los demás noten
cuando no estamos ahí; deseamos una suerte de posteridad en la mente de los
demás, una suerte de recuerdo que impida que, a pesar de que estemos solos, no
nos sintamos tan solos. Este remedio, al que muchos dedican su vida, es el que
Yorke denuncia desde esa canción (como si, tal como dice la etimología, él fuera
un predestinado dela historia, una suerte de mesías). La soledad remediada solo
se consigue con la divinización, en vida, en muerte, no importa. Parecería la
conclusión a la que llegaría Nietzsche a través del pensamiento del eterno
retorno.
Solo de este modo, conociendo el lado creepy de Yorke, entendí que ese mismo
lado creepy lo tenía yo al admirarlo
con tanta devoción. Eso me permitió entender por qué la muchacha se espanta y
escapa por la puerta, una y otra vez, como todas las otras también. Y con eso
llegará el conjuro de la bruja que hará que ninguna muchacha más desee
escaparse de sus brazos (habrá obtenido lo que no deseaba en realidad).
I don’t care if it hurts,
I wanna have control,
I want a perfect body,
I want a perfect soul
I want you to notice when I’m not
around I wish I was special
She is running out the door.
[1] Recordemos que esta
lógica es sumamente similar a la que Osman había desplegado en su análisis de
“Betterman”, es decir, la idea de que aquello que se deja de lado, que se
expulsa, es la misma que nos da una visibilidad superior con respecto al resto
del sistema o de la obra del cual o de la cual es expulsado. En otras palabras,
del mismo modo en que para la teoría mimética la perspectiva de la víctima (o
para el marxismo la perspectiva del proletariado) es la privilegiada para
captar la verdad, de igual modo, la perspectiva que nos otorga el texto
expulsado o la obra negada, nos sirve para notar las continuidades y
diferencias en una obra. Esta idea nos permitiría entender de forma un poco más
indulgente la moda actual de los estudios genéticos. En general, la corriente
esteticista de estos estudios, la que se concentra en el dichoso “proceso
creativo” parece efectivamente inútil y, en todo caso, mistificadora del
talento o los poderes creativos del escritor o autor; en cambio, el abordaje
hermenéutico o heurístico de los materiales genéticos, el acercamiento que no
le teme a la desdichada “falacia intencional”, es el que nos parece más
interesante. [N. de los E.]
[2] Es importante subrayar el hecho de que la visión de una presencia tan
luminosa que llega al punto de hacerla imposible de ver, es decir, que en su
grandiosa es capaz no solo de dañar la vista sino de poner en riesgo la vida
misma de quien observa, es un tópico veterotestamentario que sería trasladado
luego al ámbito del amor cortés y la literatura culterana del Siglo de Oro. En
el primer caso, se trata del rostro de Dios que es imposible de ver y que
amenaza a quienes se le acercan con ser quemados por la intensidad del brillo
de su presencia; en el caso de la segunda, la imagen clásica es la de la
mariposa que se esfuerza vanamente por alcanzar la llama de una vela que
terminará por quemarla. En ambos casos, el esfuerzo por venerar a la divinidad
se confunde con una autoflagelación que fácilmente puede concluir con la
muerte. Este procedimiento no es ajeno a la canción que estoy analizando pues,
como veremos en el bridge, lo que
constituye la sumisión plena de la voz poética a la muchacha que persigue es el
hecho de que ésta se esfuma cada vez que él está cerca. Sin duda esto se
vincula con la creciente certeza que el yo poético tiene de ser inferior en
función del rechazo que siente que genera en el ser amado. Todo intento de
contacto, en este sentido, parece estar condenado al fracaso más doloroso, al
punto de que, en un determinado contexto, ese mismo rechazo puede conducir a la
muerte (propia o de otras personas, o ambas a la vez). [N. del A.]
[3] He aquí la definición que da Wikipedia del fenómeno: “Se le llama seis
grados de separación a la hipótesis que intenta probar que cualquiera en la
Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de
una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios (conectando a
ambas personas con sólo seis enlaces), algo que se ve representado en la
popular frase «el mundo es un pañuelo». La teoría fue inicialmente propuesta en
1930 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en un cuento llamado Chains”. [N.
de los E.]
[4] La idea de que el deseo está movido por algún objeto. [N. del A.]
[5] La idea de que el deseo está movido por el modelo/obstáculo que indica
lo que hay que desear. [N. del A.]
[6] Creo que aquí es crucial destacar una declaración que hizo Yorke a
propósito del significado de “Creep”. Gracias al análisis mimético, esta
explicación que parecería ser un esfuerzo por despistar a la crítica (o a los
medios o a los entrevistadores) aparece como una aclaración de lo que se
plantea en la canción. Yorke
habría declarado en una ocasión: “I have a real problem being a man in the
'90s… Any man with any sensitivity or conscience toward the opposite sex would
have a problem. To actually assert yourself in a masculine way without looking
like you're in a hard-rock band is a very difficult thing to do… It comes back
to the music we write, which is not effeminate, but it’s not brutal in its
arrogance. It is one of the things I’m always trying: To assert a sexual
persona and on the other hand trying desperately to negate it." [Tengo un verdadero problema con ser un hombre en los ‘90s… Cualquier
hombre con un poco de sensibilidad o conciencia para con el sexo opuesto tendría
un problema. De hecho, afirmarse uno mismo en un modo masculino sin parecer
como si estuvieras en una banda de rock pesado es una cosa muy difícil de
hacer… Todo regresa a la música que escribimos, que no es afeminada, pero
tampoco es brutal en su arrogancia. Es una de las cosas que estoy siempre
intentando: afirmar una personalidad sexual y, por otro lado, tratar
desesperadamente de negarla]. [N. del A.]
[7] En este punto, estoy altamente tentado de hacer un paralelo con el
mundo político: ¿no es esa coquetería la que surge cuando, de pronto, un país
entero se pone de moda por una revolución o un presidente en particular?
Pienso, por supuesto, en lo que ocurre desde hace unos años con Bolivia y en
general, se podría decir, en gran parte de América Latina. El repentino
chauvinismo nativista, nacionalista e indigenista puede obedecer a esta ilusión
de coquetería. Los ojos del mundo, de la izquierda mundial se vuelven hacia
Bolivia por el carisma de Evo Morales (a quien todos ven como el primer
presidente realmente indígena del continente) y esas miradas generan un deseo (típica
movida de lo que la teoría mimética llama la ‘doble mediación’) de parte de ese
país por sí mismo. Desde hace un tiempo que se viene considerando la atención
al país, (tanto académica como turística) como un deber moral del boliviano. El
efecto de coquetería política puede así traducirse como una suerte de repentino
orgullo popular muy chauvinista y presuntuoso que no tiene nada de negativo en
sí (sobre todo si se considera el odioso chauvinismo de las naciones que están
en el centro del mundo desarrollado); lo que sí resulta algo peligroso, sin
duda, es la forma en que esa coquetería sigue dependiendo de las miradas
internacionales, ajenas, a pesar de que se pretende haber alcanzado la
autonomía más suprema. Se cae, en tal caso, en una mentira romántica que pone
en riesgo la salud mental de los ciudadanos y de los dirigentes políticos y que
denota, sin duda, una continuidad del provincianismo que siempre ha
caracterizado a lo latinoamericano en general. La Bolivia actual no es la única
que habría pasado por un proceso similar; creo que algo parecido ocurrió con
México, Cuba o Irán tras sus respectivas revoluciones, o en Guatemala tras el
genocidio, o, inclusive, como un fenómeno originario de este proceso, en el
Paraguay de Rodríguez de Francia. En cualquier caso, no es un fenómeno que
politólogos o sociólogos no hayan destacado. En el caso de la corriente
decolonial y de la politología italiana se ha designado este potencial de
centralidad propia de la globalización como “glocalidad”; por su parte, Girard
asume que es parte del proceso generalizado de indiferenciación que vive el
planeta desde el origen del cristianismo y que se ha acelerado con la
globalización capitalista. En la actualidad, cualquier país, sin importar su nivel
de desarrollo, puede ocupar el centro de la atención internacional por una nada
que puede hacer una gran diferencia.
[8] “Cuando estuviste aquí anteriormente / No pude mirarte a los ojos /
Tal cual un ángel / tu piel me hace llorar”.
[9] “Flotas como una pluma / en un mundo hermoso / desearía ser especial /
eres tan jodidamente especial”.
[10] “Pero soy un asqueroso / Soy un raro / ¡¿Qué demonios estoy haciendo
aquí?! / No pertenezco aquí”.
[11] En varios de los fragmentos que seguiremos publicando, abundan los
subtítulos esbozados y apenas comenzados así como los posibles temas de algunas
secciones. [N. de los E.]
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