LA ALAMEDA DE PINOS
La alameda de pinos
apareció como un lujo
geométrico
entre los desordenados
sembríos de algodón.
El ómnibus se había
detenido en la carretera adyacente
y el chofer me indicó:
camine de frente, al final
está el pueblo de San
José. En el lejano final,
donde se cerraba la perspectiva
de la alameda,
había un brillo intenso.
El chofer me advirtió
que podía cruzarme con
cuatro caballos blancos.
La gente cree que quien
los mira muere, me dijo.
De pronto, a la
distancia,
se levantó una pequeña
nube de polvo: sólo es un juego
ocioso del viento,
pensé. El sol
brillaba en las hojas
mientras caían.
Son bellas, debo iluminarlas hasta el final, dijo.
Yo le comprendí:
Si son los caballos blancos los que vienen levantando ese
polvo
no debo cerrar los ojos.
BASHO
El estanque antiguo,
ninguna rana.
El poeta escribe con su
bastón en la superficie.
Hace cuatro siglos que
tiembla el agua.
ORGASMO
¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?
(Poemas tomados de Banderas detrás de la niebla,
Pre-textos, 2006)
¿Qué cruz buscas
desesperado y tarde
para entregarte a una salvación
incierta?
La cruz está en tu
propio cuerpo
cuando abres los brazos.
Fue hecha
siguiendo la forma del
hombre
para asesinarlo.
¡Qué bien cupo Cristo en
su cruz!
¡Qué bien caben todos en
su cruz!
Desde ella clamamos
y ella empieza a entrar
en nuestro cuerpo
hasta que lo subsume
para darnos paz
y sólo quedan en el
horizonte
esos maderos cruzados,
ese símbolo donde
estamos todos
a punto de volar.
(José Watanabe, poema
inédito, Poesía completa, Pre-textos,
2013).