“Seudopoeta y paraescritor”. Con esas palabras se define
Guillermo Ruiz Plaza (La Paz, 1982), una de las voces más notables y
prometedoras de la literatura boliviana actual. Radicado desde hace ya varios
años en Francia, donde ha cursado estudios universitarios de Filología
Hispánica y Literatura, Ruiz Plaza volvió a Bolivia en agosto para presentar
sus más recientes publicaciones: el libro de cuentos La última pieza del puzzle y la monografía Eduardo Mitre y la
generación dispersa, ambos editados por la renovada editorial 3600 (otrora
Gente Común). El primero de ellos ha sido editado tras haber ganado el Premio
Municipal de Literatura de Santa Cruz del pasado año, un galardón que el autor
ha recibido por segunda vez, luego de haberlo merecido en 2009 por El
fuego y la fábula (Gente Común, 2010). A estos reconocimientos se suma la
mención que obtuvo en la edición 2007 del Premio Nacional de Poesía “Yolanda
Bedregal” por su primer libro de poemas, Prosas sacras (Plural, 2009).
La imposibilidad de asistir a los actos de lanzamiento de
sus más recientes trabajos, organizados a mediados del mes pasado en La Paz y
Santa Cruz, derivó en una promesa de entrevista con Ruiz Plaza, que es la que
ahora se publica en esta páginas. Contestada generosamente por vía electrónica,
esta entrevista ofrece una muestra del rigor, la pulcritud y la lucidez con que
el escritor paceño “comete” la escritura. A más de la calidad de su escritura,
que puede ser también y mejor apreciada en sus libros, a través de sus
respuestas se permite evocar el origen de su compromiso con la literatura,
revelar los pormenores del proceso de escritura de sus más recientes obras,
analizar la evolución de su narrativa y reflexionar sobre su pertenencia a eso
que suele llamarse “literatura de género”. Así también se atreve a hacer un
examen crítico de las letras bolivianas actuales, compartir sus lecturas y
autores de cabecera -dentro y fuera de Bolivia-, observar las implicaciones de
hacer literatura en español desde Francia, reconocer el poder regenerativo de
sus periódicas visitas al país y hablar de su futuro, del literario y el
personal, aunque, eso sí, sin ofrecer certezas.
- ¿Cómo nació tu relación con la
lectura y la literatura? ¿En qué momento decidiste que querías convertirte en
escritor?
Fue en la biblioteca de mi abuelo, René Ruiz González.
Una biblioteca impresionante, penumbrosa, llena de tomos innumerables. Pero lo
que más me atraía y hasta me embriagaba, siendo niño, era el olor de los
libros. Para mí, era la fragancia del tiempo. Es mágico ese tiempo encerrado,
ese vértigo de siglos atrapado en unas páginas, tan discreto en su quietud.
Así, desde un principio, fue una atracción sensual, casi sexual, a la letra
impresa y a los mundos que comporta.
- ¿Cómo
nació La última pieza del puzzle, el libro de
cuentos que has tenido oportunidad de presentar recientemente en La Paz y Santa
Cruz?
Los primeros cuentos nacieron de textos de adolescencia.
Los hallé unos 15 años después de escritos, en una serie de diskettes –por
suerte guardo todavía mi computadora antediluviana–. De estos textos, en los
cuales hallé fuerza pero no destreza, surgieron algunos relatos del libro;
éstos me llevaron a nuevas historias, basadas en mis experiencias de estudiante
universitario en Francia. De ahí que el primer ciclo esté ambientado en
Bolivia, en los años noventa y el segundo, en cambio, transcurra en el país
galo durante la primera década del nuevo milenio.
- Tras
leer el comentario de Claudio Ferrufino, se colige que
este nuevo libro de cuentos continúa la senda de El fuego y la fábula, en
sentido de cultivar el relato fantástico, de misterio y de terror. ¿Qué
continuidades y rupturas encuentras entre estos dos libros de cuentos?
El fuego y la fábula está compuesto exclusivamente de
cuentos pertenecientes a lo fantástico cotidiano y, en ese libro, el hilo
conductor es el fuego –real o simbólico–. En cambio, en La última pieza del
puzzle hay relatos policiacos y de misterio, así como cuentos de lo extraño y
lo fantástico. En otras palabras, la gama genérica es más amplia, pero he
tratado de darles unidad. Creo que viene dada por el corte íntimo y a la vez
violento de todas las historias.
- ¿Cuál
es el origen de tu fascinación con este tipo de relatos, comúnmente
categorizados como literatura de género?
No creo que se trate propiamente de literatura de género.
No hablamos de fantasy o de Harry Potter, de esos libros que encuentras en un
estante específico de la librería. Aquí hablamos de quizá la mejor literatura
que se ha producido en América Hispana en el siglo XX. Esa es, al menos, mi
visión. Borges, Cortázar, Bioy, Ocampo, Arreola, Rulfo, Fuentes, no elevaron lo
fantástico a la categoría de literatura, como suele decirse, sino que
explotaron su potencial de diversas maneras. Desde Hoffmann, la literatura
fantástica no cesa de inquietar al lector moderno y es necesaria en una época
en que el hombre cree saberlo todo o delega su pensamiento a la ciencia. La
literatura fantástica no necesitó de los renombrados físicos –como Prigogine,
premio Nobel de física– para afirmar que lo que sabemos sólo es válido en una
ínfima porción de la realidad. Lo dijo antes y lo dijo desde la ficción y sigue
transformándose para decirlo de forma sorprendente.
- La
tradición literaria boliviana no suele asociarse con la literatura de género,
como la que está presente en tu obra cuentística. ¿Qué desafíos supone hacer
literatura de género, si vale el término, para un medio que no ha estado
habituado a ésta?
Si bien en la literatura hispanoamericana del siglo XX lo
fantástico resultó central, en Bolivia siempre se mantuvo al margen. Estoy
convencido de que, aún hoy, se considera como una literatura menor. Pese a
obras magníficas de Cerruto, Bascopé y Sáenz, entre otros. Las cosas serias,
según la idiosincrasia local, vienen del realismo. Pero la literatura
fantástica es realista. Si no lo fuera, no tendría efecto en el lector, no
inquietaría a nadie. Familiarizar al lector común con esta literatura –que no
es maravillosa ni fantasiosa, sino cotidiana y desasosegante– es uno de los
objetivos de Vértigos. Antología del
cuento fantástico boliviano (editorial El Cuervo), selección que
realicé junto a Daniel Averanga e Iván Prado, y que se presentó el miércoles 21
de agosto en La Paz.
- ¿Cómo
nació el proyecto de la monografía Eduardo Mitre y la generación dispersa, que
inaugura tu faceta como crítico y ensayista de literatura?
Escribí esa tesina en el marco universitario, para
obtener el Máster en Literatura Hispanoamericana, en 2006-2007. Me vi obligado
a hacerlo en francés. Luego la leyeron catedráticos hispanistas de Francia y
Estados Unidos, y me aconsejaron que la publicara; pero para ello, claro, debía
traducirla a mi lengua. Al tiempo de traducirla, la iba aligerando de ropajes
académicos, haciéndola más amena, tirándola para el lado del ensayo, aunque sin
perder el rigor. Esto me tomó cuatro años. Ahora que la editorial 3600 decidió
sacar el libro a la luz, me digo que es un ensayo de largo aliento, y lo
prefiero así.
- La
última pieza del puzzle ha sido lanzado luego de haberte permitido ganar, por
segunda vez, el Premio Municipal de Santa Cruz, tras El fuego y la fábula. Así también
resultaste finalista del Premio Nacional de Poesía en 2007. ¿Qué importancia le
reconoces a los concursos y premios en tu labor literaria y en la literatura,
en general?
No creo que deba concederse a los premios literarios una
importancia que no pueden tener. El único juez de una obra es el
lector y la prueba de fuego, el tiempo. En el plano práctico, sin embargo,
ganar un concurso supone un aliciente, un espaldarazo, quizá hasta la
posibilidad de publicar un libro que, de otra forma, no hubiera visto la luz,
no porque fuera malo, sino porque las editoriales no se arriesgan así nomás,
necesitan nombres. Es injusto pero así es. A veces, los concursos pueden romper
ese círculo.
- ¿Qué
impresiones y experiencias te ha dejado la presentación de tus dos libros más
recientes en La Paz y Santa Cruz?
Las presentaciones son experiencias que alimentan al que
escribe. Al menos, a mí me pasa. Escribir es un oficio solitario, huraño, y en
esas ocasiones uno siente el calor de la gente y comprende por qué hace lo que
hace. La escritura no puede ser un oficio egoísta. El pan está hecho para ser
compartido. Así los cuentos, los poemas, las novelas.
- Pese
a tu juventud, ya tienes una obra genéricamente variada y muy apreciada,
habiendo cultivado –con reconocimientos incluidos- el cuento, la poesía y, más
recientemente, el ensayo o monografía. ¿Cómo haces para alternar la escritura
en estos tres registros, como son el cuento, la poesía y el ensayo?
Es un tema que me interesa mucho y que, por cierto, analizo
en Eduardo Mitre y la generación dispersa. Nace una idea, una imagen, un
germen. Uno puede llevarlo a cualquier género si se lo propone. En mi
producción, tengo poemas y cuentos basados en una misma idea, en una misma
imagen. Los llamo dobletes. Será falta de imaginación o simple curiosidad,
ganas de indagar en las diferentes formas de traducir un impulso.
- Una
pregunta inevitable: ¿A qué escritores bolivianos sigues con atención
actualmente?
Debo aclarar que, por la distancia, no leo toda la literatura
nacional que me gustaría leer. Una vez dicho esto, se me perdonará la
ignorancia, la cual intento paliar cada vez que vuelvo a Francia cargado de
libros de autores nacionales, pagando sobrepeso y demás gajes del lector. Sigo
a Mitre y la
generación de escritores nacidos en la década de los 40: ensayistas,
narradores, poetas. Es una lástima que hayamos perdido hace poco a un grande
como Jesús
Urzagasti. Últimamente, he leído una novela magnífica, tan fuerte
y cruda como poética: El
exilio voluntario de Claudio
Ferrufino. Luego me gustan los cuentos de Manuel Vargas,
especialmente los de Nocturno paceño, los de Edmundo Paz Soldán, particularmente en Billie Ruth, y me parece que en las novelas de Sebas
Antezana y los cuentos de Liliana Colanzi, así como en los de Fabiola Morales y Giovanna
Rivero, se abren vetas que explorar. He callado un montón de
nombres para decirlos en otra parte.
- Otra
inevitable: ¿Cuáles son tus autores –bolivianos y no bolivianos– de cabecera,
en materia narrativa, poética y ensayística?
Ya hablamos de los bolivianos, aunque sea de paso; ahora,
si te parece, hablemos de los otros. En narrativa siempre vuelvo a Borges,
Cortázar, Dino Buzzati, Henry James, Joyce Carol Oates. En poesía, a Rimbaud,
René Char, Dylan Thomas, Henri Michaux, Blanca Varela. En ensayo me encantan
Borges, Camus, Barthes, Octavio Paz, Sergiol Pitol. Me fascina releer;
descubrir a nuevos autores me resulta estimulante.
- ¿Qué criterios tienes sobre el
estado actual de la literatura boliviana? ¿Cómo definirías el momento que viene
atravesando?
La literatura boliviana está pasando por un buen momento,
es indudable, tanto en narrativa como en poesía. Y se empiezan a escribir
críticas serias sobre autores clásicos. Pero aún falta algo clave: dejar de
buscar, a toda costa, el reconocimiento en el exterior como requisito para el
éxito. Si no reconocemos, estudiamos y nutrimos la literatura boliviana desde
adentro, con una crítica sólida y sistemática, nunca nos posicionaremos de
verdad en el escenario internacional. Es un primer paso indispensable; luego
vendrá lo demás. En Francia, por dar un ejemplo, la literatura crítica es por
lo menos igual en número y en calidad a la literatura creativa. Y es el país
que cuenta con el mayor número de premios Nobel de literatura en el mundo…
¿Mera coincidencia?
- Se
sabe que estudias, radicas y escribes en Francia hace ya varios años. ¿Cómo
llegaste ahí? ¿A qué te dedicas actualmente, además de la escritura?
Tuve suerte. Gané dos becas académicas sucesivas otorgadas por el gobierno francés. Eso me permitió ir a Francia y estudiar siete años en la Universidad de Toulouse. No abandoné el español, al contrario: me adentré en él, lo redescubrí al estudiar Filología Hispánica: Literatura, Historia, Lingüística, traducción y las diversas manifestaciones culturales de nuestra lengua en España y América. Después me especialicé en Literatura. Hoy enseño castellano en secundaria y literatura en la Universidad Champollion de Albi.
Tuve suerte. Gané dos becas académicas sucesivas otorgadas por el gobierno francés. Eso me permitió ir a Francia y estudiar siete años en la Universidad de Toulouse. No abandoné el español, al contrario: me adentré en él, lo redescubrí al estudiar Filología Hispánica: Literatura, Historia, Lingüística, traducción y las diversas manifestaciones culturales de nuestra lengua en España y América. Después me especialicé en Literatura. Hoy enseño castellano en secundaria y literatura en la Universidad Champollion de Albi.
- ¿Planeas
retornar en el corto o mediano plazo a Bolivia o tienes el proyecto de
permanecer en el exterior?
Tengo esposa e hijos en Francia; por eso, por ahora, me
quedo allí. Después, quién sabe. No creo en las certezas sobre el futuro. En
todo caso, disfruto viniendo a Bolivia cada cierto tiempo. Es intenso y me
regenera.
- ¿Qué
lazos literarios y creativos te comunican con Bolivia? ¿Cómo consigues mantener
contacto con la literatura y los escritores del país?
Internet es una multitud de puentes tendidos hacia los demás. Ya sea a través del mail o de Facebook, he tenido la suerte de trabar amistad con varios escritores bolivianos dispersos en el mundo.
Internet es una multitud de puentes tendidos hacia los demás. Ya sea a través del mail o de Facebook, he tenido la suerte de trabar amistad con varios escritores bolivianos dispersos en el mundo.
- Como
otros tantos antes y ahora, eres un escritor boliviano que produce su obra
desde el exterior, en tu caso, desde Francia, donde radicas. ¿Qué ventajas y
desventajas encuentras en el hecho de dedicarte a la escritura y hacer
literatura desde fuera del país?
Vieja polémica, como la que se dio entre Cortázar y Arguedas.
Tal vez lo ideal sea el justo medio: vivir en el extranjero da una perspectiva
invaluable sobre el país y sobre uno mismo; volver es indispensable para que
las ideas que uno tiene sobre el país se muevan y no resulten, después de un
tiempo, obsoletas.
- Asumiendo
que el francés debe ser tu lengua de uso común, ¿has intentado publicar tu
trabajo literario en esa lengua?
Justamente, gracias a La última pieza del puzzle,
encontré recientemente una editorial francesa dispuesta a publicarme en español
y francés. Saldrá una edición bilingüe del libro en 2014.
- ¿Cómo
consigues reencontrarte con el castellano al escribir cuentos, poesía o
ensayos, como los que ya se han publicado en Bolivia?
Una vez en Francia, estaba por inscribirme a Letras Modernas –el equivalente a la carrera de literatura de la UMSA, en francés– cuando descubrí Filología Hispánica. Opté por ella, pues se leía y estudiaba ante todo en castellano. La lengua no es sólo un sistema de signos, para mí es una casa, un refugio. No abandoné el español entonces y ahora él, felizmente, no me abandona.
Una vez en Francia, estaba por inscribirme a Letras Modernas –el equivalente a la carrera de literatura de la UMSA, en francés– cuando descubrí Filología Hispánica. Opté por ella, pues se leía y estudiaba ante todo en castellano. La lengua no es sólo un sistema de signos, para mí es una casa, un refugio. No abandoné el español entonces y ahora él, felizmente, no me abandona.
- ¿En
qué nuevos proyectos literarios vienes trabajando?
Tengo un nuevo poemario terminado, esperando el momento
propicio para salir a la luz.
Fuente:
La Ramona, suplemento literario.
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